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Laberinto sin salida
ESTEBAN GOTI BUENO
Miércoles, 8 de enero 2020, 07:50
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ESTEBAN GOTI BUENO
Miércoles, 8 de enero 2020, 07:50
Nos toca defender la estabilidad democrática y que se prioricen las aspiraciones de los ciudadanos en el desarrollo de sus vidas personales y laborales. Necesitamos una alternativa liberal y humanista, comprometida con nuestra democracia constitucional y el marco estatutario vigente en Euskadi. Hagámoslo sin reservas, ... más aún, ante la presentación de diversos textos que aspiran a romper todo ello. No podemos aceptar que se lance a la sociedad vasca a un nuevo laberinto sin salida. Es lo más responsable que se puede hacer.
Se busca enredarnos, otra vez, en discusiones sobre qué somos los vascos y la manera en que nos relacionamos con España. ¡Como si no fuésemos parte de ella! Todas estas disquisiciones, absolutamente artificiales, nos quitan un tiempo precioso para pensar en cómo creamos una sociedad de personas más libres y responsables. Los vascos de 2020 no estamos dispuestos a que se nos sujete a debates estériles, tenemos muchas otras cosas importantes de las que ocuparnos, como, por ejemplo, contar con un tejido económico capaz de ser competitivo y productivo, así como afianzar nuestra realidad política presente, la que más posibilidad de encuentro nos ha dado a los vascos, dándonos la oportunidad de ser ciudadanos dotados de garantías políticas y jurídicas.
Un nuevo Estatuto que pretenda resolver «cómo nos sentimos los vascos» fracasará estrepitosamente, porque ninguna ley puede cerrar el candado de las identidades subjetivas de los ciudadanos. Vivimos en un sistema de libertades civiles, la Constitución de 1978 afirma la unidad política de España como cualquier nación democrática lo hace consigo misma. Además, reconoce la diversidad territorial de quienes componemos este país. Nuestra Constitución tiene mecanismos para su propia reforma, y sólo mediante ellos se puede modificar. El soberanismo disgregador, liderado hoy en Euskadi por el PNV, ha vivido en un baile continuo de ambigüedad para con la democracia española, y esta danza tiene mucha responsabilidad en la forma en que se ha desarrollado el Estatuto de Gernika.
El Parlamento Vasco está siendo el escenario en el que se discute sobre un imposible legal y político: el 'derecho' de ruptura, o de 'autodeterminación'. Significa, en definitiva, un derroche de impulso político en materias fuera de la ley, y en las que no hay futuro en convivencia, ni desarrollo económico. No hay nada de pragmatismo ni de buena gestión en todo esto, es un desvarío inasumible para una sociedad como la nuestra. El proyecto político de contar con un nuevo Estatuto, dividido desde ahora en varias propuestas, implica una ruptura con nuestra historia. Los soberanistas pretenden que sea el «sujeto político vasco» el depositario de los derechos históricos que siempre han sido propios de los territorios de Bizkaia, Gipuzkoa y Álava, según reconoce nuestra Constitución en su disposición adicional primera. Se trata, pues, de una usurpación política contraria a nuestra realidad pasada y presente. El nacionalismo soberanista sigue proponiéndonos vivir en una burbuja, quiere convencernos de que se vive bien en este ambiente cerrado. Pero, con este modelo, no se pueden ofrecer oportunidades, avance económico o normalidad política. Lo que nos aguarda en esta cápsula es la asfixia política, poniendo de relieve lo nacional sobre el criterio de ciudadanía.
No existe ningún principio democrático que pueda existir al margen de la ley, precisamente porque la democracia es el sistema en el que los ciudadanos elaboran las leyes, obligándose a ellas. Carles Puigdemont aseguraba en una entrevista que para aprobar la ley de referéndum de Cataluña era necesario mayor número de diputados en el Parlament, aunque ellos la sacaron adelante con los que estaban a favor. ¿Se puede ser más antidemocrático? Alejémonos de estas melodías, es vital reivindicar que se abandone cualquier senda que nos pueda conducir a ellas. Frente a discusiones bizantinas sobre la nacionalidad vasca, debemos apostar por una política que tenga como centro a la persona concreta.
Tal vez sea más sencillo gobernar y legislar explotando la visceralidad de nuestra condición humana, nuestras pasiones identitarias y todo aquello que forma parte de nuestro delicado imaginario colectivo. Sin embargo, es lo más burdo que se puede hacer; nuestros representantes no deberían aprovechar su elección para estos cometidos. Lo más complicado es ser útiles a los ciudadanos en el desarrollo de su vida en comunidad. Lo difícil es apartarse y no ser un estorbo en los objetivos que las personas tienen para buscar cada día la forma de realizar sus proyectos. Lo realmente meritorio es servir y no llevar a la ciudadanía a escenarios de riesgo para su convivencia política.
En todo lo opuesto a estas artimañas radica el núcleo de la contribución a la 'civitas', colocando en primer lugar a las personas, con sus libertades y responsabilidades. La democracia no es el sistema por el que creamos problemas, sino el modelo en que la iniciativa la toman los ciudadanos, sin dependencias de los artificios creados por sus políticos. Los pasados altercados de Barcelona tienen su origen, precisamente, en una «élite de representantes» que creyeron que podían jugar a la guerra, y la lograron. Adoptemos, por una vez y para siempre, la tranquilidad y normalidad de nuestra democracia, sin aventurarnos a saltos al vacío.
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