Al final las rotundas declaraciones de Podemos condenando el apoyo militar a Ucrania y presentando a la actual OTAN como impulsora de la invasión –perdón, de la guerra– han ido a parar en un sainete, donde por primera vez se ensaya bajo el 'OTAN no', ... una manifestación por gotas, dosificando la presencia de sus actores secundarios –sin Pablo: no era rentable– y como cabía esperar el padre autoritario castiga a los niños díscolos al ponerlos de cara a la pared mientras dura el festejo. En apariencia nada grave, aun cuando las protestas de Podemos desde el 24 de febrero sí tuvieron un efecto: cortar de raíz todo intento de movilización popular contra la invasión.
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Nada que ver con la rotunda condena pronunciada por el Papa Francisco, al apuntar a «los ladridos de la OTAN» como causantes del enfado que llevó a Putin a intentar por métodos erróneos «la desmilitarización de Ucrania». Es el Pontífice un hombre sincero, y por eso no dudó en criticar, y en la misma alocución, al patriarca ortodoxo de Moscú por comportarse como «el monaguillo» del Kremlin. Así que Putin también se irritó con su involuntario defensor, que además pretendía visitarle en Moscú para arreglarlo todo.
En estos cuatro meses, la terrible ejecutoria de los agresores rusos ha invalidado totalmente la visión de las cosas presentada por Francisco y la insólita popularidad de la OTAN, incluso entre nosotros, resulta la mejor prueba de ello. A partir de esta constatación, resulta lícito afirmar que la agresión de Putin reavivó una Alianza fuertemente cuestionada después del desastre de Afganistán. La «cumbre histórica» de Madrid será la expresión de ese resultado, con las laboriosas incorporaciones de Finlandia y Suecia como expresión real de que toda Europa se siente amenazada por el belicismo ruso y que por desgracia resulta necesario fortalecer las defensas disuasorias de cualquier ataque. En 2014, tras el primer ataque a Ucrania, Hillary Clinton veía con razón en Putin el heredero de Hitler en las relaciones internacionales.
Casi todo había cambiado desde que hace más de un tercio de siglo media España se opuso a la permanencia en la OTAN. Me tocó entonces actuar de coordinador de una amplia plataforma de intelectuales y profesionales que comprendía desde Aranguren y Paco Umbral a Imanol Arias. La opción era clara: tenía poco sentido ponerse a las órdenes de Reagan para enfrentarse con la llegada al poder de Gorbachov, cargado de reformas y deseos de paz. Ese panorama ha desaparecido. De ahí que la postura inicialmente expresada por Pablo Iglesias y Podemos (más PCE) no tuvo en meses pasados otro sentido que enlazar con los movimientos seudopacifistas de la era postestaliniana: servir de apoyo exterior al expansionismo bélico de Rusia proponiendo el desarme occidental. Versión cínica, para uso externo, del viejo 'clase contra clase'. Y no parece que ni Pablo Iglesias, ni sus herederos políticos, como tampoco el Papa, hayan intentado rectificar. Tampoco ahora tras la cumbre, cuando la concepción estratégica acordada incluye la defensa de «la integridad territorial de los miembros», añadido imprescindible pensando en nuestro vecino del sur.
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Casi todo ha cambiado en torno a la OTAN. Pero siguen en pie los problemas puestos de relieve en Afganistán, y que son vicios de origen. El protagonismo militar y económico de EE UU se tradujo siempre en un liderazgo que reducía a Europa a la subalternidad. Los países como el nuestro que participaron en la defensa afgana contra los talibanes lo han experimentado a fondo. Ni Trump primero, ni Biden luego atendieron a otra cosa que a intereses de Washington, dejando a los demás literalmente tirados. Por mucho que se hablara en Madrid de coprotagonismo europeo, falta la fórmula para hacerlo efectivo. Y pensemos que en 2024 vuelve con toda probabilidad Donald Trump.
Y falta afrontar la situación presente de Ucrania, en vías de destrucción por la más criminal de las guerras no declaradas. La cumbre no era el momento de hacer concreciones, pero sí de reflexionar sobre que la prolongación de la guerra implica la destrucción total de Ucrania, aunque sus soldados sigan resistiendo con un armamento que en momento alguno franqueará el límite técnico susceptible de derrotar a los rusos. El fantasma nuclear lo impide, al tiempo que la prolongación irá horadando por intereses económicos la voluntad de ayuda de Estados tan importantes en la UE como Alemania y Francia. Apostarían, o ya apuestan implícitamente –no humillar a Putin, dijo Macron– por una solución de 'paz por territorios', rechazada frontalmente por Zelenski Y el enroque no puede durar de modo indefinido, por la salvación de Ucrania y por mantener en pie el frente occidental de solidaridad.
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Puesto a ejercer de arbitrista, un desbloqueo podría llegar de la propuesta europea de someter los territorios ocupados por Rusia al referéndum de sus habitantes según el último censo, permanezcan o no en ellos. El rechazo de Putin sería inmediato, pero podría servir para sentarse a negociar. En Ucrania, sin negociaciones no hay paz sino total destrucción. Verosímilmente es esto lo que quiere Putin y que los ladridos de la OTAN en Madrid se queden en eso, en sonoros ladridos.
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