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Al negarle el saludo al representante de Vox, Aitor Esteban ha hecho mucho más que una infracción a las reglas de cortesía, justificada por las posiciones expresadas por ese partido y su portavoz frente a los movimientos nacionalistas y las autonomías vasca y catalana. La ... imagen de Torra detenido y esposado en el discurso de Ortega Smith valía más que mil palabras. El gesto del político del PNV viene a recordar lo que durante décadas fue una regla de oro en las democracias de la Europa centro-occidental: solo mediante un cordón sanitario que les aísle puede ser garantizada en los sistemas democráticos la ausencia de la contaminación ejercida por los partidos neo y posfascistas.
La excepción de Italia, donde el fascismo pudo muy pronto integrarse en el juego de la primera República, constituiría un ejemplo inmejorable de su coste para el funcionamiento de la democracia. La oposición frontal al PCI llevó muy pronto a la tolerancia y a la infiltración de los herederos de Mussolini en el seno de la Democracia Cristiana y en sus organismos de seguridad. Bajo su amparo político, protagonizaron las sucesivas intentonas golpistas y terroristas, entre 1969 y 1980, de la bomba de Piazza Fontana a la masacre de la Estación de Bolonia (hace poco ha muerto uno de sus protagonistas, Stefano delle Chiaie, participante en los sucesos de Montejurra 1976).
Apoyada en el Departamento de Estado norteamericano y en organizaciones dependientes de la OTAN, tales como Gladio, y colaborando a su vez con organizaciones secretas neofascistas, ligadas con la flor y nata de la reacción internacional -Triple A y Massera en Argentina, Pinochet. CIA-, esa trama tuvo como núcleo a la Logia P2, creación del siniestro Licio Gelli. Este veterano de nuestra guerra, fascista apasionado, fue el auténtico cerebro del terrorismo negro y rojo durante los 'años de plomo', y clave de episodios tan decisivos como el asesinato de Aldo Moro. De la P2 procedía Silvio Berlusconi y el hilo negro de la reacción no se ha cortado hasta llegar al final feliz de la hegemonía que hoy ejerce la extrema derecha italiana de Matteo Salvini y su Lega con la colaboración de Fratelli d'Italia, aun más visible en su lealtad al pasado totalitario. El trabajoso ascenso del Frente Nacional de los Le Pen en Francia, a pesar de la atracción ejercida pronto sobre el electorado, prueba en sentido contrario que el aislamiento ejercido desde la derecha gaullista sirvió por mucho tiempo como muro de contención.
En España parecíamos estar vacunados contra esa presencia posfascista, a pesar del enlace de la derecha política con el pasado dictatorial. El tránsito fue innegable, y la figura de Manuel Fraga Iribarne, con todos sus claroscuros, se convirtió en símbolo de esa metamorfosis que él mismo capitaneó, desde los sectores reformistas del franquismo a un partido conservador. En sus clases, siendo ya prohombre del franquismo, Fraga insistía en la ejemplaridad del parlamentarismo británico. No sin avances y retrocesos, acabó siendo fiel a sus enseñanzas. El posfascismo estricto quedó fuera de lugar, a favor también del predominio inicial en la transición de la variante nostálgica, de base corporativo-miliar, carente de apoyo popular, que firmó su propia sentencia de muerte el 23-F.
El estallido de la cuestión catalana y la crisis dentro dentro de la crisis, del PP en nuestra democracia representativa, han propiciado la resurrección de la mentalidad franquista a cargo de Vox. Importa recordar cuáles son el contenido y el singular discurso -ese agresivo «laconismo militar de nuestro estilo» de raíz joseantoniana- que diferencian a Vox no solo de un partido conservador como es el PP, sino de otras formaciones europeas calificadas generalmente de extrema derecha. Respecto del PP y Cs el salto es claro: ambos son formaciones constitucionales. Como lo son, al menos formalmente, Salvini en Italia y Marine Le Pen en Francia.
Vox es abiertamente anticonstitucional. Pretende un Estado rigurosamente centralizado, que suprima las autonomías en todos los órdenes. Ni Parlamentos autonómicos ni Senado: «El régimen político de las autonomías está agonizante y obsoleto». A la eliminación de las autonomías, seguirán la prohibición de los nacionalismos y en Cataluña el encarcelamiento y la condena de sus líderes. No se trata del artículo 155, sino «de un Estado de excepción» que elimine todo factor diferencial. Si no es un nuevo 18 de julio en sentido estricto, sí es una adaptación de sus ideas fuerza a la situación actual. Otro tanto ocurre con sus conceptos y símbolos de base. No repiten literalmente que «España es una unidad de destino en lo universal», pero sí que «España se ha caracterizado, históricamente, por ser una nación de vocación universal». No se atreven a ir contra la democracia representativa, pero sí «contra la insoportable partidocracia que nos arruina y envilece». Una nación, un Estado centralizado, un partido, y represión, tal es el horizonte.
El centro-derecha desatendió por pragmatismo tan clara declaración de principios. Cs inauguró en Andalucía la táctica del avestruz, declarando ignorar los textos de Vox, y hablando de la alianza PP-Cs como si Vox no existiera. Y siguió cargando contra el PSOE y sobre Cataluña, sin distanciarse de una extrema derecha que proponía lo mismo de manera más rotunda. El resultado no ofrecía dudas. Ahora el optimismo le nubla la vista a Casado, creyendo que si Vox es su aliado de gobierno se limitará a secundarle fielmente. Solo que Vox quiere otra cosa, como Podemos respecto del PSOE, haciendo concesiones para avanzar, mientras el PP se radicaliza para evitar su mordida. Resultado: el centro-derecha se desvanece, la tensión política crece al máximo, con la Constitución en riesgo desde donde no se esperaba. Todo sin conseguir escaños para formar Gobierno.
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