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Tras tanto nubarrón anímico y emocional fruto del duro contexto que nos ha tocado vivir, se acercan tiempos de esperanza: comenzamos a ver la pandemia ... desde el retrovisor social; sigue ahí, es cierto, pero vamos logrando dejar atrás sus trágicos y devastadores efectos en términos de vidas humanas y de afección a nuestra salud. Si algún punto de inflexión marca de verdad una nueva etapa es el materializado desde ayer: el uso de la mascarilla deja de ser obligatorio en espacios al aire libre gracias, entre otros factores, al avance intenso de la vacunación.
Sin poder todavía hablar en pasado (no hay que bajar la guardia), sí podemos comenzar a extraer algunas lecciones sociales derivadas de esta pandemia: en primer lugar, la importancia de reconocer las limitaciones de nuestra capacidad de predicción en contextos de elevada complejidad, volatilidad y aceleración: una crisis de esta magnitud nos conduce a hacernos más preguntas que nunca y a promover la prudencia y la ponderación en nuestros análisis.
En segundo lugar, aprender de los errores cometidos en crisis pasadas, especialmente con relación a la más reciente crisis financiera. No en vano, aquella crisis, si bien de origen bien diferente, también se caracterizó por su impacto múltiple: desde la economía, pasando por el ámbito de la política, hasta el terreno de la cultura y los valores. Los errores en la gestión de la crisis del 2008 generaron problemas que aún hoy seguimos tratando de solventar: unos niveles de desigualdad crecientes acompañados de la normalización de la precarización, un aumento de la desafección política y la desconfianza hacia las instituciones, entre otros.
En la gestión de la actual crisis y sus consecuencias es preciso que se reconozcan esos desequilibrios potenciales y se tomen medidas para tratar de paliarlos. La importancia de articular con una visión de justicia intergeneracional un equilibrio entre una sociedad civil organizada y cohesionada con unos marcos institucionales que generen las condiciones para superar las duras derivadas de la pandemia.
En tercer lugar, y en un momento en que observamos con preocupación cómo la falsa dicotomía entre eficacia y legitimidad democrática se abre camino alimentada en ciertos sectores políticos por la tentación autoritaria, resulta más necesario que nunca reivindicar la defensa y mejora de los sistemas democráticos, que requiere de dinámicas horizontales, de esquemas colaboración de actores público-privados, de una estructura de servicios que garantice el bienestar y la igualdad de oportunidades del conjunto de la ciudadanía y, sobre todo, de un marco de derechos y libertades que permita desarrollar y consolidar iniciativas de la sociedad civil que favorezcan no sólo la innovación sino también la cohesión necesaria abordar esta crisis.
En cuarto lugar, cabe reflexionar sobre cómo y dónde debemos innovar socialmente para hacer realidad el reto de minorar el impacto de las huellas sociales de la pandemia: combatir la desigualdad social exige priorizar la lucha frente a la precariedad, la incertidumbre, la exclusión y, en su versión más extrema, la pobreza que ya asoma tras esta crisis, porque desgraciadamente, y en su dimensión social, el efecto de esta pandemia sobre la ciudadanía es tan desigual como lo es la propia sociedad. Los duros momentos que hemos vivido deberían acabar incidiendo de forma positiva en un replanteamiento de la socialización para lograr poner en marcha una reorganización social y demostrar que las reagrupaciones narcisistas no bastan para formar una sociedad solidaria.
Por último, y como posible quinta lección, cabría señalar que esta pandemia ha incrementado de forma exponencial el protagonismo de la ciencia, del conocimiento, del saber experto: resulta indispensable continuar construyendo sistemas científicos más sólidos sin olvidar que todo acierto viene precedido de infinidad de errores y, además, que es el propio método científico quien permite identificar, corroborar y superar esos errores. Hemos interiorizado la importancia de poner en valor el conocimiento científico como elemento fundamental de nuestra cultura de vida en sociedad. Esa tarea de expansión y reconocimiento del saber científico ha de estar acompañada de una dotación de recursos que garantice su progreso y refleje el prestigio social que le corresponde. Y junto a ello cabría subrayar la relevancia del aprendizaje colectivo. El hecho de que se requiera un elevado grado de especialización técnica para abordar crisis con un grado de complejidad como el de la que ahora estamos comenzado a superar no implica que el avance científico este restringido a esos y a esas especialistas.
El aprendizaje que nos ha permitido superar cada vez mejor determinadas crisis ha de ser necesariamente compartido; en primer lugar, entre la comunidad científica y el conjunto de la ciudadanía, pero también y sobre todo, dentro de la propia comunidad científica. No basta sólo con reconocer el carácter multidisciplinar del fenómeno (es decir, la necesidad de estudiarlo desde distintas ópticas), sino que es necesario articular vías de aproximación, de solución y de respuesta interdisciplinares (es decir, constituidas por expertos y expertas de diversas disciplinas)
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