Si a uno se le da la oportunidad de que sea elegido Papa por el Colegio Cardenalicio reunido en cónclave, habría que saber si alguna ... persona pudiera haber que se negara a aceptar ese tan rotundo nombramiento, que ahí está, ahí reside seguramente la razón más inalienable para entender algo más de las complejas ideas a debatir por las mentes papábiles de tal manera señalados, presentes ya a los supuestos grandes problemas a los que habrá que hacer frente y, en primer lugar a la fe ciega, sin duda, para los supuestos grandes dogmas de ésa su religión que, una vez aceptado todo ello, ¡quién pudiera atreverse a negarle su amplísima libertad para hablar de la lengua de las suegras!

Publicidad

De otras puntualizaciones algo raras hay posibilidad de enterarse cualquiera de estas mañanas en tromba, para nada anestesiados sino al contrario, en forma de manantiales impetuosos a que hayan sido los afluentes periodísticos al menos para los que, como todos los días de nuestra vida, tenemos la costumbre de volcarnos sobre la lectura del periódico como me sucede todas las mañanas, con la abulia o simplemente con la acidia de siempre a cuestas, con los ojos soñando todavía con la pesadilla nocturna, la sombra aciaga ahora de ese un tal Putin (bendecido ahora nada menos que por un patriarca) que gane o pierda su execrable y proterva guerra es víctima de su endiosamiento, que ésta y ésa y esotra mañana me encuentra estos días leyendo de cosas, es un decir, sobre las peligrosidades de tabacos, bebidas alcohólicas, hasta de la hasta ahora medicina milagrosa que nos fuera la humilde aspirina que nos recetaron en su denominación de 'adiro', que una vez que se suelta el enjambre de las mentes abolicionistas todo termina en la gran palabra que resulta ser ¡la prohibición! Como siempre sucede y lo que parece necesario que se ponga en marcha es aquel lema de viejos tiempos en los que, como antídoto de toda esa faramalla de la veda, se proclamase el lema del '¡prohibido prohibir!' que lanzó a la calle el 68 francés en aquel tiempo en el que, por lo menos los de nuestra generación, teníamos algunas razones para ser más felices puesto que a los cuarenta años abundan las opciones y no es como nos ocurre ahora que, estemos como estemos, estamos para el arrastre... Tiempos que hemos dejado ya sobre las arenas el ánimo de la juventud que se nos suponía y poco más nos queda que unos pies con andares de pato, las manos sarmentosas sobre las que las venas protestan su cansancio bajo la levedad de la piel en su arte superior como de durezas nada moldeables en su parte interna que se optó por un síndrome característico, y con tantas malaventuras corporales, lo que pese a ello nos faltará en nuestro último estacionamiento será algunas de las variedades como se nos presentan los tiempos. Es decir tiempos ya de creer en nada, tiempos de soñar, de problemas y de confusiones y de resaltos un tanto mágicos, que nunca sabemos en qué territorio limítrofe con el desvarío total nos ocurrirá sin remedio, que a ello va dirigido sin duda, esa gran mole de la que tanto se habla, sobre la soledad de la vejez, es decir, mejor de dos nubarrones juntos: el de la vejez y el de la soledad; dos categorías que dicen que se apoyan la una sobre la otra, dos palos hincados los dos en tierra desértica y que aún así, tanto se fertilizan nadie sabe por qué de manera que van juntas a esa mar que es el morir como nos contaba cuando por primera vez nos embarcamos en los quebradizos versos manriqueños.

Como desde niño tengo la costumbre de leer casi escrupulosamente, página a página o hasta palabra por palabra, varios periódicos todos los días, ahora, cuando el destino ha dado en la broma de hasta casi hacerme pensar que ya mis sarmentosas manos están rozando el sueño de acariciar el felpudo de un siglo de vida, pensar en lo poco que falta y será para lo mejor ni en el recuerdo de nadie, lo que para mientras tanto vivido y leído resulta ser un tanto escabroso, pero algo que me parece tan natural como aventurero de aferrarme, sin piolet ni cuerda por supuesto, a los riscos de una soberbia montaña que, entre sus anfractuosidades guarda un montón de secretos, que el resultado de esta afición tan reconcentrada suele resultar a veces sorprendente, tan sensacional y pródigo en hechos tan varios como es la vida y el discurrir de hombres y gentes en el decurso y discurso de su vivir a cuestas por todo el tramo de los años que a cada uno nos hayan correspondido dándonos ocasión insuperable para que las maravillas de la vida, tanto en los terrenos de la alegría como en los de la tristeza, en los de la vida como en los de la muerte, en lo societario como en lo privado, como cualquier producto de cuyo uso abusamos, leer el periódico todos los días está claro que nos enchufa a una drogadicción tan gozosa.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete los 2 primeros meses gratis

Publicidad