Ahora que, próximo a su cierre, tanto se habla -y bien merecidamente-, de la tan brillante como dificultosa andadura valientemente recorrida por la Librería 'Lagun', ... no puedo por menos de acordarme de otras muchas librerías donostiarras que llegué a conocer, de fácil memoria para mí puesto que, aparte de haberlas recorrido y recurrido a ellas tantas veces, ya me es simplemente, una relación escrita, y ya publicada en ocasión del cierre de una otra Librería que pudiera considerarse como una especie de 'basílica del Libro Viejo', la tan bien dirigida por la mismísima Mari Loli, gran sacerdotisa del templo librero de la calle Manterola y de cuyo cierre se daba noticia allá por febrero de 1914. Hubo un tiempo, un tanto mitificado, en el que todo el centro de San Sebastián era un continuado paseo por librerías de las que me queda, como poco, memoria o evocación de grandes títulos comprados en ellas. En ese metacentro, llamado por algunos área romántica y que se extiende desde el bulevard a las últimas estribaciones del barrio de Amara, eran varias las librerías de alta nota.
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Digamos que la relación me empieza a funcionar en el mismo Bulevard, con una mixta de librería y venta de periódicos, Aramburu (si mal no recuerdo). Prosiguiendo por la calle Garibay, en su encuentro con la de Peñaflorida, la Ibérica en la esquina de la Plaza de Guipúzcoa (Camino-Idiaquez); una muy concurrida; en Churruca, la Librería Internacional de los Conde-Repiso, de la que recuerdo a una alta señora vestida de negro, muy parecida, en mi caótica imaginación, a la Mrs. Danvers de 'Rebeca' y, a muy pocos pasos, casi frente por frente, la de la viuda de Baroja; la de Paternina en los primeros números de la calle Fuenterrabia, y en la misma calle, unos números después, frente a la tienda de artículos deportivos de Alzugaray (luego 'Loewe'), lugar de grandes esperas por ser parada del topo, la Librería Aurora, que se me aparece siempre asociada a un pequeño hombre perdido casi entre los estantes repletos de viejos libros y en cuyo fondo librero, un libroadicto podía encontrar auténticas exquisiteces, aunque no tantas como en aquella otra de la calle Moraza en donde parecía haber desembarcado un navío procedente de la prestigiosa editorial Renacimiento de los viejos y excelsos tiempos.
En la plaza del Buen Pastor se ubicaba la tan necesaria de 'Serván' para todos los estudiantes del Instituto y de la Escuela de Comercio, tan cercanos, y la de 'Ereña' y sus magníficas ocasiones de hacernos con grandes títulos de libros descatalogados y restos de ediciones y, rozándose con ella, puerta a puerta, aquella otra librería a cuya entrada, el lector tendente a pesadillas pudiera creer hallarse ante algún aviso de Dante o de Poe, una como caverna de oso, la oscuridad creciente a cada paso, el librero cejijunto, mirada huidiza y barrenadora, voz de ogro en monólogos nunca conclusos pero, los libros, a pesar de todo tan prometedores de glorias tan esperadas como inesperadas; más allá, calle San Martín abajo, hacia el río, una pequeña librería de cuyo nombre se hace difícil acordarse y torciendo hacia la izquierda, por Prim y por Vergara, Ramos y su Espelunca, la anciana viuda en su silla y las dos hermanas, Mila y Maite, activas como hormigas obreras junto con Julián, (en la trastienda el último naufragio de la goleta sudamericana de libros importados y los eternos sedientos de lecturas abalanzándose sobre la presa aún en carne viva, digamos que todos los cofrades bibliófagos rebañando en sus untos tan sabrosos), tiempos en los que leer era más importante que comer y por eso se hablaba más de páginas que de menús gastronómicosn, más de autores que de chefs por supuesto.
Y me finaliza el paseo con una salida de ese círculo hacia la librería Relieve, de la calle Miracruz, y con otra a su frontera orilla, de cuyo nombre no me acuerdo pero sí de su colección de Ediciones del Cotal, con títulos de los Thoreau, Cazotte, Mac Orlan, Chirico, Mansfield, Brassaï, Dylan Thomas, Marinetti, Andersen, Carroll, Hawthorne (imposibles de olvidar porque me los llevé todos), y con un recuerdo especial a la librería Circulante Rebeca que así se llamaba porque circulaba entre pobres biblioadictos de escasos recursos, hermano y hermana manejando una abultada lista de clientes, ávidos lectores siempre dejándose ganar por el 'bacillus librorum' que no ha sido vencido por ninguna vacuna ya que ahora como antes perviven los ratones de biblioteca que, llegado a este punto final, qué menos que dedicar una mención a ese libro de Eugene Field (1850-1895) 'Los amores de un bibliómano', donde nos dice que hasta el gato de la señorita Susan, aquejado de ese bacilo, se comió las cubiertas de una edición de Rabelais, lo que demostró que Rabelais era una rata, dicho con el respeto debido al padre de Gargantúa y Pantagruel, y para no sé si satisfacción o aviso para los que no podemos por menos de sentirnos portadores del ADN de ratones de biblioteca.
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