Adiós a los sueños. Boris Johnson ha dimitido. Después de la victoria electoral histórica de diciembre de 2019, con una mayoría de 80 diputados en la Cámara de los Comunes, que le permitió mantener la aparente unidad de los conservadores en torno a su figura, ... ha sido forzado a abandonar su cargo. Carismático, popular y una máquina de lograr votos, Johnson ha tenido que decir adiós a sus planes de convertir a Reino Unido en un actor internacional de primer orden, de «liberar» al país del «yugo» de la UE, de estabilizarlo territorialmente y de lograr una mejor distribución de la riqueza que enmendara la decadencia de Gran Bretaña. El ya ex primer ministro no ha sido capaz de ofrecer respuestas eficaces y vigorosas frente a acontecimientos como las consecuencias destructivas y paralizantes del 'Brexit', la crisis en Irlanda del Norte, el desafío independentista de Escocia, la pandemia, el alza del coste de la vida y el incremento acelerado de la desigualdad.
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Su cargo pendía de un hilo que se ha roto definitivamente con la huida de los dos ministros de su Gabinete (Rishi Sunak y Sajid Javid), a la que se sumaron David Frost, Bin Afolami y otros, y la ya imparable rebelión dentro de su partido, aprovechada por los laboristas, encabezados por Keir Starmer, para celebrar el derrumbe definitivo de su figura.
Había conseguido sobrevivir a numerosos escándalos y a una moción de censura que apoyaron el 41% de los diputados conservadores, pero con la opinión pública y, sobre todo, con su partido volviéndose contra él, las posibilidades de mantenerse en el poder eran una quimera. Sus colaboradores más fieles (Ben Wallace, Dominic Raab, Liz Truss, Nadine Dorries, Nadhim Zahawi y Priti Patel) también han tenido que abandonarle para intentar minimizar los daños causados por su liderazgo en el Partido Conservador.
No existe a día de hoy un candidato claro para sustituir a Johnson y el partido corre el riesgo de perder el poder a la vez que se deshace del líder. La mayor parte de los conservadores experimentados, muchos de ellos contrarios a la salida de la UE, fueron expulsados del Parlamento cuando Johnson obtuvo la ya citada victoria arrolladora y trajo con él a una nueva generación de diputados. Miembros de su Gobierno y destacados parlamentarios conservadores como Ben Wallace, Jeremy Hunt, Liz Truss, Nadhim Zahawi, Rishi Sunak, Sajid Javid, Steve Baker, Suella Braverman... están preparando sus candidaturas.
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Quien le sustituya deberá hacer frente a muchos problemas (Brexit, Covid, Escocia, Irlanda del Norte) entre los que sobresale el estancamiento económico y su impacto en los ciudadanos británicos. La Comisión de Cuentas Públicas del Parlamento recordó esta semana las consecuencias negativas del Brexit en el país, camufladas en los dos últimos años por el impacto de la pandemia sobre la economía, el comercio internacional y el tránsito de mercancías y viajeros. El FMI plantea que la economía británica se desplomará hasta casi el estancamiento en 2023, con un PIB sólo un 0,5% mayor que al comienzo de la pandemia, el más bajo del G-7. No es un buen decorado para que los conservadores vuelvan a ganar las elecciones en 2024.
A partir de este momento, se inicia una lucha fratricida en el seno del partido para intentar retener un poder que ha mantenido desde hace más de una década. El Partido Conservador británico es una mezcolanza mal adherida de extremismo antieuropeo y neoliberalismo mal entendido pero, ante todo, una organización concebida para alcanzar y retener el poder con 'desprendidas' cuotas de oportunismo. A pesar de ello, es una de las formaciones más exitosas en la política europea ya que ha ejercido el poder durante 66 años de la última centuria.
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Las razones de su éxito radican en la agilidad para ajustar su programa a cada momento de la historia, gracias a una encomiable flexibilidad ideológica, y en la falta de piedad a la hora de prescindir de sus líderes tal y como vemos en estos momentos. El sistema electoral británico explica la radicalidad con la que actúan con sus dirigentes cuando la excentricidad, la impopularidad o la megalomanía se convierten en un problema del que hay que zafarse lo antes posible.
De ahí que mucho más importante que contemplar la caída en desgracia de la figura de Johnson sea comprobar y valorar qué modelo de conservadurismo surge de un período tan convulso. Quien le suceda liderará un proyecto que puede seguir utilizando la eurofobia como arma política o que recupera el pragmatismo y el sentido común del que abjuró en los últimos años. Veremos.
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