Solía hablarnos la amona sobre la vida en el caserío de sus aitonas, en Gaztelu. Eran los Tellería una familia como tantas en la Gipuzkoa del siglo XIX, humildes baserritarras mínimamente educados, muy creyentes y no menos supersticiosos. Los fenómenos mágicos formaban parte de su ... vivir cotidiano. Al menos hasta que la electricidad entró en el caserío y, al hacerse luz, las sombras y los ruidos que insinuaban la presencia de brujas, espectros o almas en pena, se destaparon como simples jabalíes nocturnos, arbustos en movimiento o ulular del viento. Toda la realidad se fue desencantando, aunque a mis tatarabuelos ya nadie les apeó de que existían espíritus errantes, sorgiñas y otras manifestaciones sobrenaturales.

Publicidad

El ser humano es tanto animal creyente como animal inteligente, quizá lo primero más que lo segundo. Hay razón evolutiva para ello: siendo la capacidad de adaptación al entorno factor clave para la supervivencia de la especie, nos resulta más funcional darnos una explicación operativa ante cualquier hecho nuevo que esforzarnos por llegar a comprenderlo. La búsqueda inmediata de sentido se impone sobre la búsqueda de la verdad.

A más de esto, cantidad de cosas que la ciencia ha ido descubriendo sobre la vida se antojan antinaturales y antintuitivas. ¿En qué cabeza entra, de buenas a primeras, que el universo está en constante expansión, que nuestros parientes lejanos eran primates, que el tiempo varía en función de la velocidad, que la materia está hecha esencialmente de vacío, que en el pasado el mar cubría todas las montañas, que la Tierra gira alrededor del Sol, que las leyes de la físicas no son las mismas a escala macro que a escala nano, que el pensamiento es producto de la electricidad de nuestro cerebro, etc.?

La ciencia, actividad creativa, innovadora, abierta y democrática donde las haya, hoy se ve en entredicho por nuevas formas de escepticismo inepto que nos retrotraen a épocas de oscurantismo e ignorancia. Frente a la austeridad y las exigencias de la intelección científica, hay quienes atajan saliéndose por peteneras tontorronas. Y aquí hay otra paradoja, pues cuanto más evidente se hace que sus teorías carecen de fundamento, más se enroca y reafirma el crédulo en el disparate.

Publicidad

Hará falta poner 'luz, más luz' como pedía Goethe en el 'caserío global' del siglo XXI a fin de disipar tanta superchería y tanta ocurrencia de chisgarabís. Aunque, si nos fiamos del ejemplo de nuestros antepasados, es de temer que haya casos ya irreversibles.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete los 2 primeros meses gratis

Publicidad