Cualquier progreso en ciencia se basa en la negociación en torno a una hipótesis que, en el mejor de los casos, acabará concitando el consenso de la comunidad investigadora pasando a reconocerse como hecho científico. Por tanto, nada hay más contrario a la naturaleza de ... la ciencia que la imposición arbitraria de conclusiones o su dictado por una autoridad dogmática. Lo cual no significa que no se haya dado a lo largo de la historia.
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Sucedió, por ejemplo, en la Unión Soviética entre los años 30 y 60. En aplicación del principio leninista de que todas las ciencias, incluidas las naturales, debían inspirarse en la doctrina del Partido, se constituyó una presunta 'nueva biología' de carácter proletario que negaba la existencia de los genes al considerarlos un invento burgués y defendía el valor del marxismo para la transformación no solo de la sociedad sino también de la naturaleza al servicio de la producción de alimentos. Su puesta en práctica tuvo catastróficas consecuencias económicas y supuso un salto atrás en el desarrollo agrario del país.
La cabeza visible de aquella aberración (narrada en un libro reciente: 'Genética y estalinismo' de Adrià Casinos y Jean-Pierre Gasc) fue un campesino semianalfabeto, Trofim Lysenko. Apoyado por el propio Stalin, Lysenko consiguió silenciar a los expertos que rebatían sus teorías como falsas. Como Nikolai Vavilov, autoridad mundial en botánica y genética, quien con sus investigaciones sobre identificación y mejora de los cultivos de trigo o maíz había demostrado que era posible alimentar de manera suficiente a una población en aumento. En 1927 viajó por España recogiendo muestras de plantas cultivadas con métodos tradicionales, interesándose a su paso por aquí por la lengua y la historia de los vascos. Unos años después Vavilov pagó con la vida el haber denunciado ante la comunidad científica al infame Lysenko.
La trágica farsa producto de la unión de ideología, nacionalismo y pseudociencia se prolongó durante más de veinte años consiguiendo engañar a muchos científicos progresistas de toda Europa; increíblemente, aún hoy Lysenko es reivindicado en la Rusia de Putin. Aquí nos topamos con la gigantesca paradoja de la naturaleza humana tal como la describe la psicología cognitiva: nuestras creencias nunca son tan fuertes como cuando no existe evidencia real para sostenerlas. De lo cual tenemos sobrados ejemplos en nuestro presente pandémico en el que no faltan algunos 'Lysenkos' ni, por fortuna, magníficos 'Vavilovs'.
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