Dadaístas de toda Europa se dieron cita en Madrid en la primavera de 1921, donde serían agasajados por sus amigos españoles. El viaje, según sus promotores, se orientaba a dar prueba de su compromiso con el futuro. Pero, llegada la hora, no se presentó ninguno. ... Los anfitriones celebraron el plantón como un gesto muy dadá. Puesto que, obviamente, no había futuro.
Publicidad
Surgido en un cabaret de Zúrich entre artistas refugiados durante la primera Guerra Mundial, el dadaísmo desafió la tradición con la más radical de las rupturas. «El comienzo de Dadá no es el comienzo de un arte sino de un hartazgo», anunciaba su manifiesto fundacional. A ellos se debe el que, hoy, en los museos, junto a las obras maestras del arte clásico admiremos un sacacorchos, una rueda de bicicleta o un urinario de loza. Antisistema 'avant-la-lettre', vástagos de la locura de la guerra que solo podía alumbrar más locura, partían del principio de que el humano es un animal imbécil, pero de una imbecilidad ecuménica e interclasista, compleja, retorcida, pretenciosa y también imperfecta. Con su lema «Hay que ser perfectamente imbécil», el dadaísta mostraba el camino hacia la inconsecuencia y la gratuidad. La vida es una broma macabra, lo saludable es tomarla con humor.
Un acto dadaísta consistía en llegar a una reunión y empezar preguntando en voz alta: «¿Hay alguien que quiera un par de bofetadas?». Para combatir las rutinas cotidianas tomaban sus decisiones a cara o cruz: si salir o quedarse en casa, si dejarlo o no con la novia, si Dios existe o no. En sus representaciones y actos públicos provocaban a la gente para que respondiese de manera irracional. Y lo más notable es que, en efecto, los espectadores casi siempre se comportaban 'modélicamente' como idiotas.
El dadaísta era más político que artista, bien que de un politicismo espontáneo, desordenado, salvaje. Lo cual nos trae directamente a la actualidad del día. Sobre la fachada de un edificio del centro de Madrid cuelga una gigantesca pancarta electoral con el siguiente reclamo: «Traidor. Fascista. Amargado. Parásito. Rata». En los medios sale a diario una candidata tras cuyas maneras cabalmente asoma la sombra del dadaísta Tristan Tzara quien se publicitaba afirmando: «¡Mírenme bien! Soy idiota, soy farsante, soy bromista. ¡Soy como todos ustedes!». Y en papeles secundarios anima el cotarro la beocia extremista con el grito de guerra dadá de «¡Adelante sobre los escombros!».
Publicidad
Han tardado todo un siglo pero ya están aquí. Es el Madrid Dadá.
Suscríbete los 2 primeros meses gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.