![Manos](https://s1.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/202211/29/media/cortadas/78506300--1248x1188.jpg)
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De la importancia y el sesgo tan particular que se desprende como una aureola del toque humano de las manos debió saber mucho aquel vascón ... de tan viejos tiempos que dejó su firma tan personal como global en esa 'mano de Irulegi' de la que tanto se habló esos pasados días. Una mano que, además, trae escrita una salutación tan positiva como el 's(z)orionak': la de la plena constatación de ese deseo de plácemes con que se recibe y se despide a amigos y familiares y unifica a rostros tan conocidos como nuevos, la catarsis de las relaciones entre vivientes y con los que, pese a topar con la red ineluctable de la muerte, esos combatientes de la vida sueñan con la eternidad por bien que sepan, o crean o no, en los decires tan respetables de las religiones o de la filosofía ambulante más o menos sentidos por las distintas gentes y generaciones. Una mano que, a pesar de todo, no deja de ser algo como la osamenta necesaria para fundir una relación de amigos o algo más, la de la necesidad de pivotear saludo y despido como un viajero más, no importa mucho si antes o después en esta aventura de la vida en la que todos nos vemos inmersos, que de ello trataba, sobre todo, aquel viejo escandallo de profundizar en amistades y simpatías a pie de iglesia o cementerios en los episodios de darse la mano de la que pudiéramos recordar viejos protagonistas que si bien en papel de receptores como de dadores, cumplíamos con esa costumbre que es posible que aún persista en los momentos de despido de los funerales, la compañía al amigo o pariente extinto, esa como necesidad sentida con amargor comprensible del adiós definitivo que, quizás, lo que sobre todo lo que quería el anónimo vascón de Irulegi no se trataba más que de eso o váyase a saber muchas más cosas, acaso como la de enviar como legado de una lengua y como preservación para sucesores contagiados por la intención de servirlo para bienes culturales.
Las manos, desde su externo acompañamiento, acaso lograban traer un poco deconsuelo al corazón acongojado, y los receptores de esta solidaridad necrológica, los parientes de los difuntos, iban tactando manos de todo tipo, manos rugosas, sudorosas, nerviosas, firmes, blandas, pegajosas, serenas, animosas, todo un catálogo de sentimientos para la cata de ya unos sentires que difícilmente salvaban algo del dolor o sentimiento de pérdida tan sentida, que son otras muchas manos que se nos hace recordar.
Por una serie de ejemplos, manos artísticas, manos bailarinas en brazos de caricias aéreas las de Pastora Imperio (1885-1979) en sus últimas actuaciones allá por los setenta y tantos, baile de pies inmovilizados a un discreto balanceo por su edad provecta el de la eximia gitana mientras que los brazos y las manos se ejercitaban en una nueva version del baile en vuelo, acaso como en el rasante de las golondrinas.
Pero lo dicho hasta ahora con estas letras no es otra cosa que algo más que la de una faceta de la vida, ya que siguiendo por el campo de las sugerencias, un poco vía Raymond Russell y en donde cada palabra va creando sus propios aros de magia, a los buenos lectores la palabra 'manos' debe recordarles, sin duda, un relato magistral que Sherwood Anderson incluyó en su magnífica obra «Winesburg, Ohio», que trataba de manos habitadas, manos escrupulosas, manos embebidas del miedo racional hacia el pensamiento que pudieren germinar en el prójimo como manos culpables, manos que revolotean cargadas del peso de la culpa supuesta, manos esquivas y temblequeantes que estaban muertas para siempre a la caricia pero tan vivas y lacerantes en el reconcomio.
Se sospecha que el alma de una persona está en sus manos, que en ellas alienta su presencia sustancial y que no es solo el símbolo de una amistad o de una cordialidad; de una desarmada actitud la que al darnos la mano se ofrece y la mano sirve para confrontar una varia muestra de interesantes experiencias humanas: desde las manos, se irradia, por ejemplo, la materialización de esa corriente de calor que fluye desde la mirada; en las manos se regaza el poso de los afectos en parecida medida al de la sensualidad; hablan las manos de la canción fervorosa de los trabajos y de los ocios y, en la mano, en fin, queda posada la mancha aleve e imborrable de los años que nos tatuaron con su sello de cercana muerte imprescriptible...
Y de las manos, de la evocación de unas manos, nos puede llegar, igualmente un rastro de horror y de truculencia. Escrita está en la prosa impar de Valle Inclán aquel relato de una mano cortada que bien pudiera haber agitado la imaginación de los grandes especialistas del horror literario, llámense, Villiers de L'lsle Adam, Allan Poe, Barbeyd'Aurevilly, Lautremont... Desde la flor aromosa de la leyenda nos surge aquella cabalgada del bandido, la mano de marfiles que asoma desde el ventanal y el tajo de la espada de quien se enamoró de su belleza llevándosela como botín...
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