Hay ocasiones en que la contemplación de un programa televisado te lleva a la mente una melodía acorde con su temática o con su orientación. Es lo que pasó cada vez que algo recordaba la agonía represiva del franquismo con 'Al alba', de Luis Eduardo ... Aute, y lo que me sucedió este fin de semana al ver y escuchar las intervenciones de cinco mujeres progresistas durante el mitin de Valencia. En particular la de Yolanda Díaz cuando proclamó que lo que allí ocurría «es el comienzo de algo maravilloso». Como a Pasionaria, ahora de moda, cuando se enteró (sic) de la barbarie de Stalin, «se me cayeron los palos del sombrajo». Pensé en 'Love is a wonderful thing', de Michael Bolton, y de ahí la evocación se deslizó inevitablemente a 'Love is in the air', la musiquilla de la vieja serie 'Vacaciones en el mar'. Es decir, la felicidad encapsulada en una fórmula de marketing. Dicho de otro modo, el vacío.
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La sorpresa ante esa declaración de optimismo nace de su contraste con la imagen de rigor que ha venido acompañando a la vicepresidenta. Nada augura que el tiempo futuro sea fácil para España, ni que los proyectos de Yolanda Díaz, si es que los tiene, encuentren el modo de ser llevados a término con los medios de que dispone. Una vez más, el único éxito indiscutible de Díaz, como en todas sus apariciones públicas, ha sido el atuendo. Cuando se presenta ante medios sindicales, o trata de reforzar las ideas con la imagen, se sirve del rojo, pero en vestido suelto y vaporoso, nada parecido a un uniforme. En Valencia, rodeada de mujeres discretamente atildadas, destaca por la informalidad de la blusa y los vaqueros, obteniendo la distinción precisamente de ello.
Es una reiterada habilidad que encuentra su antecedente en el Renacimiento, cuando quien aspira al liderazgo no se separa de sus conciudadanos de forma radical en el vestuario, sino que se limita a subrayar siempre su preeminencia como 'cittadino eminente' –ejemplo, Borso d'Este en su iconografía de Ferrara–, un juego que Yolanda Díaz practica incluso en el propio Gobierno y que trata de reforzar con sus declaraciones, siempre buscando un toque de originalidad y distanciamiento de otros «egos».
Hemos alcanzado el punto en que el éxito resulta asegurado para la vicepresidenta de cara al lanzamiento de su «frente amplio», desde el cual realizar «otra política». Aprovechó muy bien la inseguridad de Sánchez al implantar reformas sociales, así como la resistencia técnica de Calviño, y en vez de los desplantes de Iglesias, ejerció una presión eficaz, fomentando la impresión de un PSOE en retroceso. Devolvió dignidad y eficacia al discurso de la izquierda, logró hacer creíble la resurrección del PCE, teñida del pragmatismo de Comisiones, y atrajo la atención de los medios, exhibiendo transversalidad. Ahora el salto al vacío de lo maravilloso en Valencia muestra que empieza otra etapa, la de los contenidos, las alianzas viables y la estrategia a medio plazo. Todavía una página en blanco.
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Las alianzas parecen un obstáculo insalvable de cara a lograr suficiente poder. La alegría exhibida en Valencia por las políticas reunidas carece de soporte sólido. La anfitriona forma parte de Compromís, Mónica García de Más Madrid, donde no sabemos qué opina Errejón de Díaz, tal vez Ada Colau es la baza más sólida, y la joven ceutí aporta solo una positiva interreligiosidad, con la duda de que el hiyab sea signo de liberación de la mujer. Y falta Unidas Podemos (UP), primero silenciosos/as, necesarios para que cobre cuerpo la coalición, pero de dudoso entusiasmo y escaso atractivo para quienes justamente se distanciaron antes. Yolanda Díaz tendrá que encontrar un denominador común muy amplio y un reconocimiento como líder suficiente para que cuaje el puzle. Y está ahí el PSOE con su capacidad de maniobra y un respaldo electoral que en principio reduce el «frente amplio» a socio menor de la coalición. Sin olvidar que nuestro electorado castigaría un enfrentamiento a muerte.
Queda nada menos que el contenido, ardua tarea por estar en tiempos de crisis y tener que contar con Europa para sobrevivir. Sus reglas económicas y sociales contravienen los propósitos de lucha contra la desigualdad, prometida por Yolanda. Lo ocurrido con la derogación de la reforma laboral es anuncio de lo que puede suceder. Por otra parte, en el PCE (Garzón, Santiago) y en UP (Belarra), Yolanda tiene ante sí un muro ideológico fiel, como Iglesias, al leninismo. Tendrá que elegir, y el comunismo democrático –lo que fue el eurocomunismo– no gusta en esos medios.
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Si opta por «el único camino» aún dominante en PCE/IU, mal podrá reunir a los grupos semipresentes en Valencia, ni marcar la ruptura imprescindible con el comunismo soviético –o variantes como la cubana– desde el «frente amplio». En el orden político, el marxismo no fue «una apasionada defensa de la libertad», contra lo que Yolanda afirma. Así que no estamos ante «algo maravilloso», sino ante una compleja tarea de Sísifo.
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