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La coz y el martillo

Giputxirene ·

Líderes con ideas xenófobas y ultras los ha dado nuestro país con largueza, pese a que haya a quien le cueste admitirlo

Domingo, 9 de diciembre 2018, 09:24

En la historia se dan periodos de cambios rápidos e intensos, de derrumbe de estructuras, formas de vida y de relaciones tradicionales que desembocan en la polarización ideológica. Emergen entonces grupos y proyectos que anteriormente parecían inviables pero que en plena entropía social aspiran a hegemonizar el espacio cultural, simbólico y político. Uno de esos momentos se produjo entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, que Julio Caro Baroja definió como 'el ciclo catastrófico' de la historia del País Vasco.

En aquella primera modernidad que siguió a la Revolución francesa, aquí, como por toda Europa, surgieron reaccionarios, antiliberales y contrarrevolucionarios nostálgicos por un pasado idealizado de cuya quiebra acusaban a una conjura internacional de masones y jansenistas, heterodoxos y liberales de toda laya. La peculiaridad local fue que esa nostalgia se entreveró con los viejos mitos del País: el vascocantabrismo, el tubalismo y el monoteísmo primitivo de los vascos. Un clarísimo exponente de tal discurso fue un personaje no demasiado conocido llamado José Pablo Ulíbarri (objeto de un interesante estudio de los jóvenes investigadores Andoni Artola, Javier Esteban y Koldo Ulíbarri).

Hace ahora doscientos años, este herrador y panfletista vizcaíno empezó a difundir impresos en lengua vasca con los que pretendía instilar las ideas contrarrevolucionarias entre las clases populares. Desde una cosmovisión netamente reaccionaria, en sus inflamados y virulentos textos contraponía lo vasco a lo liberal correlacionándolos además con las lenguas. Pues mientras el euskera había sido dictado directamente por Dios al pueblo elegido para servirle y «sostener nuestras costumbres, nuestras leyes, nuestra historia», los 'erderas' eran instrumento con los que Lucifer trabajaba para «la perdición de este bendito y santo País vascongado». En sus martillazos y coces dialécticas, el herrador de Abando la emprendía con los comerciantes y en particular contra los oriundos castellanos, nueva élite económica del libre mercado. Proponía quemarles las casas y echarlos del país, sin que ello contradijese a su orgullo de 'hombre de orden' y leal vasallo del rey. En su concepto de identidad armonizaba la doble condición de vasco y de español, aun cuando la hidalguía universal marcaba una alteridad.

En fin, que líderes con ideas xenófobas y ultras los ha dado nuestro país con largueza, pese a que todavía haya quien le cueste admitirlo. Por tanto, nada nuevo bajo el Sol. Aunque los actuales tiempos son bien distintos a aquellos del viejo 'ferratzaile'.

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