El Gobierno quiere legalizar la pederastia; la CIA ha engañado a Rusia para que invada Ucrania y Estados Unidos se apodere de Europa; las ondas electromagnéticas provocan intoxicación tecnológica; causan más muertes las vacunas que las enfermedades. Pruebe usted a rebatir afirmaciones de este calibre ... y se dará cuenta de lo cansino que resulta. Comprobará la exactitud de la ley de Brandolini, también llamada 'principio de asimetría de la idiotez', según la cual refutar falsedades y estupideces supone un esfuerzo mayor que formularlas: sin pensarlo dos veces podemos soltar cualquier ocurrencia como si fuera un hecho comprobado, pero desmontarla no pocas veces precisa paciencia y energía. Dicho al modo del genial Mark Twain: «¡Qué fácil es hacer que la gente crea una mentira y qué difícil es deshacerla!».
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Por interés político, por tara o afición, quienes propalan bulos como los citados saben que buena parte de la opinión pública con escasa formación crítica tiende a aceptar cualquier burrada de impacto y a recelar, por credulidad o por pereza, de las explicaciones matizadas. La pesimista conclusión de la ley de Brandolini es que la desinformación lleva ventaja entre memos, memes y memeces, más aún cuando muchos de los supuestos guardianes del rigor han rendido armas a sus parcialidades políticas y conveniencias económicas. De esos polvos va cuajando una marea de lodos que amenaza la vida democrática.
Matizar consiste en superar las apariencias, las construcciones arbitrarias y las aproximaciones simplista, ponerse al abrigo de estereotipos y de dogmas a fin de distinguir los diferentes tonos y texturas de la realidad. En el alboroto de las falsas evidencias bullentes en la sociedad del monólogo vía tuit, no hay cosa más radical y rebelde que el matiz, sobre todo cuando este intenta tomar en consideración diferentes perspectivas. Abrirnos al examen de las posiciones ajenas no significa que las estemos aceptando o excusando, y sin embargo ello nos ayuda a calibrar mejor la pertinencia de nuestros actos, actitudes y opiniones.
Tal como hace una década el fenómeno editorial de '¡Indignaos!' sacudió conciencias frente a la peligrosa soberbia de los poderes globales, nos da por imaginar un ilustrado '¡Maticémonos!' que inspirase otra forma de inconformismo basada en los sombreados enriquecedores, un heroísmo ordinario contra «la tontería sin poros» de la que hablara Ortega y la voladura de la razón dialogante. Utópico, ya lo sabemos: no son tiempos para sutilezas.
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