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Risa asegurada, chispeantes ojos azules enloquecidos con la interpretación. Con el cuerpo marchito la que un día dio vida a 'Kika'. Qué extraña sensación haber contemplado su última aparición en televisión, en un programa 'talent show' culinario hace unas semanas y, de pronto, la televisión ... se apaga, los escenarios bajan el telón y el cine echa el cierre. Que por fin se va, que no quiere seguir, que a la protagonista de la mítica serie 'Pepa y Pepe' no hemos sabido ayudarla.
Si, no miren con rareza. No hemos sabido ayudarla como sociedad, tampoco lo hemos hecho como espectadores y menos desde el terreno sanitario. Al igual que les ocurre a tantas personas que diariamente deciden acabar con su vida por no ver salida, por no ver rayos de luz que celebrar en el rostro, una vida que aprovechar. La depresión y su estatus social como arma arrojadiza que puede acabar afectándonos a todos.
El final de la historia de Verónica Forqué es de una suma tristeza. Mujer vital para todos, alma destrozada por dentro. Siendo cuidadosos desde fuera, porque eso somos, los de fuera. Impresiona por lo que conocemos todos de ella. Cierto es que como actriz, interpretó muy bien su papel. La ayuda llegaría, pero no culminó. ¿Recuerdan a Blanca Fernández Ochoa? Todos nos conmocionamos con la muerte de la esquiadora, medallista olímpica, y todos nos hemos olvidado ya de ella. Y ello a pesar de que, injustamente, siempre magnificamos más lo que les sucede a las personalidades famosas que al vecino de al lado. Hoy recordamos a 'La Forqué', pero ¿mañana lo haremos? ¿Se acabará otorgando visibilidad al suicidio en este país para poder prevenirlo? Basta con constatar que casi cuatro mil personas se suicidaron en España en 2020, una media de once al día. Todas anónimas. Sin ningún tipo de proyección mediática.
La rueda sigue y sigue, y hoy mismo sucederá con otras tantas personas, mientras consumimos horas visualizando cómo se debate sobre la muerte de Verónica Forqué en los medios de comunicación. Hasta que dentro de unos días, se esfume y regrese el silencio. Luego, el drama volverá a desencadenarse con otro personaje popular y, de nuevo, retornarán las tertulias con las voces que sacan pecho contra la insuficiente reacción de las instituciones, concienciaremos durante otros cuantos días con algún número de teléfono de la esperanza y, por supuesto, expresaremos nuestro pesar a golpe de ese Twitter que parece que de todo nos salva. Después, el silencio. Y volverá.
El suicidio es un problema muy complejo como todos los relacionados con la mente humana. Requiere respuestas y acciones especializadas, inversión, así como debate constructivo. Cuando el corazón está roto en mil pedazos, no vale un abrazo rutinario, no vale una frase hecha, no sirve un consuelo momentáneo, porque el padecimiento es mucho más grave y profundo que todo eso. Y resulta aún más descorazonador percatarse de que si la mujer hallada en su casa no se hubiera llamado Verónica Forqué, no nos habríamos enterado. Se convertiría en un número ligado a una estadística callada y agresiva.
Recordaré tu sonrisa, porque me hiciste reír. Recordaré tu profesionalidad, porque adoro el teatro y lo bordabas. Recordaré lo que ha ocurrido porque te hemos perdido, a ti como a tantas otras personas que cada día deciden poner punto final a su vida porque no les sabemos ayudar. Tenemos el deber de intentar no dejar caer a nadie más. La estela de Verónica Forqué debería servir al menos para ello. Para que nosotros le devolvamos lo que tanto nos ha regalado: una sonrisa de Duchenne, la verdadera sonrisa. Que resulte inevitable y vaya acompañada de una carcajada. Convencida estoy. El día que empecemos a trabajar juntos por evitar lo que ella sufrió para salvar a otros, Verónica Forqué reirá.
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