
Nuestra montaña triste
La mayoría de los votantes del nacionalismo lo hacen por la seguridad que da el guarecerse tras una identidad colectiva, que promete leche y miel además de prestigio
LUIS HARANBURU ALTUNA
Lunes, 20 de julio 2020, 07:24
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LUIS HARANBURU ALTUNA
Lunes, 20 de julio 2020, 07:24
La ironía, que no el sarcasmo, suele ser amiga y compañera de la sabiduría. Es el caso de ese gran historiador del nacionalismo que se ... llama Javier Corcuera Atienza quien, citando a Julio Camba, cuenta que allá por los años 20 del siglo pasado y al volver a su Galicia natal alguien le dijo: «Ya somos nación, ¿sabe usted?». A lo que Camba contestó: «¿Por qué no? Una nación se hace como cualquier otra cosa. Es cuestión de quince años y de un millón de pesetas. Con un millón de pesetas me comprometo a hacer una nación en Getafe, a dos pasos de Madrid». La anécdota la cuenta Corcuera en un ensayo tan exquisito como breve, acerca de la 'Identidad, historia y exclusión', donde glosa la construcción de la nación vasca. Hay quien cree que la nación es anterior al nacionalismo, pero opiniones autorizadas como la de Eric Obsbawmn o Ernest Gellner piensan que ocurre al revés. Es el nacionalismo el que crea y construye la nación. Ese nacionalismo que el día 12 rompió todos los moldes alzándose con una rotunda victoria. Si sumamos los resultados obtenidos por el PNV y HB Bildu (31+21) resulta que de los 75 asientos del Parlamento Vasco 52 corresponden al nacionalismo. En porcentaje de votos, el nacionalismo en su conjunto alcanza el 67% del electorado. Por si alguien dudaba de ello, el nacionalismo vasco es la ideología que arrasa en Euskadi. ¿Cómo es posible que aquel nacionalismo que hace 40 años apenas representaba a un tercio de la población sea hoy asumido por los dos tercios de la ciudadanía? La respuesta ya nos la dio Julio Camba, hace un siglo: con tiempo y dinero es posible crear una nación, incluso en Getafe. Lo dicho por las urnas, sin embargo, no se corresponde con lo que dicen las últimas encuestas de opinión en las que solo un 14% es independentista. Es un consuelo pensar que los votantes del nacionalismo no son independentistas, pero sí que lo son algunas de las élites que lo lideran. ¿En qué quedamos? La respuesta que se me ocurre es que la mayoría de los votantes del nacionalismo, lo hacen por la comodidad y la seguridad que da el guarecerse tras una identidad colectiva que promete leche y miel, además de prestigio.
Julio Camba, posiblemente, exageraba la nota, pero es una evidencia que con tiempo y suficientes recursos es posible construir una nación. La nación vasca es el fruto de 125 años de esfuerzo nacionalista, al que hay sumar una ingente cantidad de dinero utilizado en la construcción nacional. Cuarenta años de gobiernos nacionalistas han gastado una impresionante cantidad en construir la nación de los vascos, un dinero que ha financiado el adoctrinamiento de generaciones enteras mediante las escuelas, la televisión y una riada de subvenciones encaminadas a 'euskaldunizar' a los vascos. El resultado de tamaño esfuerzo no es otro que la configuración de una identidad colectiva, a al que puede asociarse quien quiera sentirse un vasco de los de toda la vida. Un vasco-vasco de los que en las encuestas y en las urnas, afirman ser más vascos que españoles o solamente vascos. En tiempos de Sabino Arana, para ser un vasco-vasco había que tener un sinfín de apellidos vascos y, si hablaba euskera, mejor que mejor. Pero las cosas han cambiado y ahora es suficiente con suscribir los postulados y los símbolos que configuran la identidad colectiva del buen vasco. No importa haber nacido en Navalmoral de la Mata o en Navalcarnero, lo importante es 'sentirse' vasco y votar nacionalista. Al fin y al cabo el nacionalismo, antes que una ideología, es una sentimentalidad; es un estado emocional; es «sentir la noble emoción por la tierra y los muertos». Los muertos propios, claro
Los vascos carecemos de grandes montañas y nos consolamos con que el Txindoki sea un remedo del monte Cervino o que el Gorbea tenga trazas de Kilimanjaro vasco. Tenemos también el Aizkorri en cuyas faldas situó el poeta Salbatore Mitxelena su gran epopeya poética que tituló 'Arantzazu, Euskal sinismenaren poema'. Juan San Martín lo consideró como nuestro mejor poema épico. Un poema en el que asoma por primera vez el concepto de 'herrigintza', como construcción nacional. La cumbre del poeta Mitxelena sirvió de inspiración a la reconstrucción nacional de la posguerra que ETA protagonizó.
El nacionalismo vasco ha hecho cumbre y ha construido una montaña que pretende formar parte de nuestro paisaje. Es la montaña abertzale, hecha de esfuerzo identitario y relatos falsos aunque autocomplacientes. Es una montaña muy aparente, pero tiene una estabilidad letal y peor asiento. Se parece algo a esa otra montaña que se vino abajo en Zaldibar. Una cumbre bien triste; evocadora de nuestras miserias y que constituye el reverso de nuestro narcisismo. Es nuestra montaña triste. Una montaña contaminada de aluminosis. Una montaña convertida en sepultura, donde yacen dos hombres, símbolo de nuestra necia ineptitud y mediocridad. La montaña de tóxica basura donde yacen es la metáfora perfecta de esta sociedad vasca inmersa en su letal entropía.
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