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El pulso soberanista de Cataluña ha reavivado la devoción a la Virgen de Montserrat y las peregrinaciones a la montaña sagrada, donde las citas milenaristas a la luz de las antorchas rivalizan con las vigilias de oración para pedir el amparo de 'la Moreneta' frente ... al Estado «opresor». Incluso algunos de los presos encausados por el 1-O cuentan en sus celdas con estampas de la Virgen negra en un claro maridaje de política y religión, que cada cierto tiempo se refrenda en el monte Sinaí del catalanismo desde que el sacerdote y poeta Jacint Verdaguer cantara a la patria cristiana. No es de extrañar, por tanto, que en los últimos días los versículos del Evangelio se hayan mezclado con las declaraciones independentistas, que buscan legitimidades teológicas. ¿Quiénes son los buenos?
El todavía presidente de la Generalitat, Quim Torra, no tuvo empacho para protagonizar el pasado 5 de octubre en la abadía benedictina una vigilia en favor de los presos. Ese día subió al presbiterio, posó sus manos sobre el atril de los libros litúrgicos y desgranó una plegaria junto a un imponente Cristo y a los pies de 'la Moreneta'. «Señor, yo escucho tu llamada y la sigo. Ayúdame. Sano Espíritu, dame la fe que me preserve de la desesperación, de las pasiones y del vicio. Dame el amor hacia los otros y hacia ti, que destruye todo odio. Dame la esperanza que me libere del miedo», recitó, invocando una oración del pastor protestante Dietrich Bonhoeffer, encarcelado y ejecutado por su resistencia contra el nazismo. Un pasaje y un personaje muy bien escogidos por si había alguna duda a la hora de establecer paralelismos. Una misma fe para distintos compromisos.
A la Virgen de Montserrat se le acumulaba el trabajo pues el abad del monasterio, Josep María Soler, apercibido en su día por el Vaticano por esta cuestión, ya le había pedido que velara «por los que están en prisión y en el extranjero a causa de esta situación», y para que les protegiera «como pueblo». De nuevo un uso abusivo del concepto de pueblo. A Bonhoeffer, que vivió unos meses en Barcelona, le chirriaba lo de pueblo elegido. Prefería los valores de la ciudadanía.
A la última vigilia asistieron miembros del Gobierno catalán y personajes incombustibles como Jordi Pujol, que ha hecho gala de una doble moral según se trate de la patria o de la cartera. Con el empuje del padre Marc Taxonera, un monje muy politizado, Pujol fundó en la abadía el 17 de noviembre de 1974 Convergencia Democrática de Catalunya, y entre sus objetivos se incluía «la liberación nacional y de clase», un principio que se hizo hegemónico tras pactar en 1978 con Unio Democrática. La etiqueta ideológica quedó clara. En febrero de 1998 Pujol donó a 'la Moreneta' la bandera de Cataluña para apuntalar la estrecha relación del patrimonio catalán con las raíces cristianas de Cataluña. Además, se trataba de reparar con la 'senyera' la entrega de dos enseñas españolas, una donada por Alfonso XIII y otra por los supervivientes del Tercio de Montserrat (requetés) en la Guerra Civil.
Monjes, monjas, sacerdotes y laicos comprometidos han saturado sus comunicados con referencias evangélicas para legitimar desde la fe sus posiciones políticas. Desde la Carta a los Hebreos («Recordaros de los presos como si fuéramos presos con ellos»), a las palabras de Jesús que encontramos en el Evangelio de San Juan («La verdad os hará libres»), pasando por la carta de San Pablo a los cristianos, en concreto el capítulo uno cuando el apóstol de los gentiles «denuncia a aquellos que se dejan llevar por el error o por la mentira y también por la impiedad». Se refieren al encarcelamiento de los líderes independentistas, sin mención alguna al desgarro de la convivencia en las calles de Cataluña. Tampoco hay referencias a la necesidad de no salirse del margen de las leyes legítimas o a evitar el descrédito del sistema constitucional. No se puede dar por ético y evangélico lo que es político ¿Quiénes son los buenos?
Es verdad que la Iglesia catalana es plural y diversa, como en otros sitios. Los obispos baldean como pueden el temporal, consensuando y recosiendo comunicados en el que tienen que guardar un difícil equilibro para contentar a todas las sensibilidades. En vísperas de la Diada ya advirtieron de que una condena dura no ayudaría a la pacificación. Conocida la sentencia, los nueve prelados de la Conferencia Episcopal Tarraconense llamaron a respetar la decisión del Supremo, pero también apostaron por «alguna cosa más que la aplicación de la ley». Difícil papelón para el cardenal Omella, arzobispo de Barcelona, nombrado por el Vaticano con la misión de templar al nacionalismo catalán. Pero no puede tensar la cuerda. Y difícil papelón para el nuevo nuncio de la Santa Sede, que siempre ha cargado contra los nacionalismos «exacerbados». El nombramiento de Joan Planellas, el pasado 4 de mayo, como arzobispo de Tarragona también es un movimiento estratégico en ese tablero endiablado. El teólogo de Girona es un nacionalista cultural sin opción política, que siempre ha trabajado por curar heridas y calmar los corazones exaltados en las dos partes. Y quien le ha puesto en la sede primada es Omella. Una concesión controlada.
Y si de lo que se trata es de invocar textos bíblicos, yo me quedo con el cántico (del profeta Isaías) de los Peregrinos de Sión, otra montaña simbólica: «De las espadas forjarán arados/ de las lanzas, podaderas./ No alzará la espada pueblo contra pueblo/ no se adiestrarán para la guerra». Es el ejemplo que dejó Íñigo de Loyola cuando, en 1522, camino de Jerusalén recaló en Montserrat. El fundador de la Compañía de Jesús también protagonizó una intensa vigilia de oración. Luego repartió sus ropajes de caballero entre los mendigos y entregó sus armas a la Virgen. A la 'Moreneta'.
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