Resignémonos. La nueva normalidad apenas va a diferenciarse de la antigua. Dicho en claro, volvemos a la sociedad hiperfestiva, al trajín de masas por el mundo como estado supremo de la economía de mercado. Más hoteles, más VTs y más HTs, más centros de recreo ... e infraestructuras para solaz del visitante, mayor gentrificación de los barrios y, a resultas, viviendas encarecidas para la población indígena. Todo al servicio de esa cosa entrópica llamada 'turismo' que consiste en ir muy lejos por poco dinero, darse barra libre para carbonizar (un día es un día y el cambio climático va para largo), hacer colas y compras, comer bien y sacar fotos. Sobre todo, sacar muchas fotos. Lo anotó Cortázar: «Entre las muchas maneras de combatir la nada, una de las mejores es sacar fotografías».

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La inmensa mayoría de quienes se agolpan delante de 'La Gioconda' no mira el cuadro porque no les interesa su realidad material, lo que desean es echarle una foto. Surrealista, literalmente: una señora pintada en una tabla de madera de álamo hace más de quinientos años, protegida dentro de una vitrina y convertida en diana para millones de dispositivos fotográficos. Ocurre otro tanto en los conciertos de rock y en las competiciones deportivas donde una constelación de puntos de luz delata al segmento del público que degusta el espectáculo a través de la imprescindible prótesis digital.

¿De dónde viene esa obsesión por captar la imagen de un cuadro reproducido hasta la saciedad y hoy asequible en todos los formatos y soportes? ¿Por qué se aparta la mirada de la portería para fotografiar el penalti en vez de disfrutar con su ejecución 'in puribus'? La respuesta es clara: se trata de sustraer objetos y momentos a su realidad para llevarlos a la irrealidad privada de nuestros mundos virtuales. La foto ya no registra un hecho sino que forma parte de él, no es memoria del pasado sino componente del presente y tan efímero como él −advierte el filósofo de la fotografía Joan Fontcuberta. Se ha cometido un crimen: el de la realidad. Y hay un móvil: es el móvil.

A diferencia del viajero −aún los hay− que parte al encuentro de lo desconocido, el turista sale en persecución de imágenes de las imágenes ya percibidas en tele, películas, revistas o folletos; su afán no es por tanto conocer sino reconocer y atrapar impresiones pre/vistas. «¡Es como en las películas!», festejan los 'conocedores' de Nueva York o de otros destinos icónicos. Celebrantes de un mundo convertido en 'parque de abstracciones'.

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