Secciones
Servicios
Destacamos
Veía yo un día de esta pasada semana, en televisión, un documental sobre las guerras habidas en el universo mundo en el discurrir del siglo ... pasado. Y es, sobretodo ahora, cuando me doy cuenta de lo ignorante que vivía sobre aconteceres de esos años y de la situación política y bélica en lugares tantos que recordar, que hubo una profusa presencia de guerras a lo largo del siglo pasado, muy especialmente desde el 36 que para nosotros comenzó la cosa y siguieron impertérritas hasta su final, tanto por centroeuropa como por innumerables lugares asiáticos. Crueles guerras en realidad aunque para nosotros no fueran más allá que crónicas periodísticas, pues simplemente fuimos sabiendo de ellas por noticias bélicas en redes sociales pero sin darles nuca la atención que merecían. Es decir, un pecado mortal de lesa majestad que deja dañada, sin remedio, nuestra obligada curiosidad de estar a sabiendas de lo que temporalmente va ocurriendo a nuestro alrededor o a nuestras espaldas, que es así como se nos fueron pasando todos esos muchos años.
Acostumbrados a leer de conflictos guerreros sobre el variado haz de la tierra –por fortuna, más bien algo lejos que cerca ahora– deja de conectarnos la memoria los que nos fueron más cercanos, tanto que alguno en nuestro mismo pueblo, en nuestras tierras de almudes de siembras varias, bien que de sangres tan dolientes cuyos regueros nunca dejan de abrevar nuestros dolores con solo ponernos a pensar en ellos. Su primer barajar, por supuesto, comienza en nuestra infancia y de la que tanto se ha escrito y a la que cabe preguntar cuándo y cómo comenzó y en qué años o calendarios aquella primera guerra que hay quienes dicen que fue anterior al 36 como está escrito en la historia oficial pero que hay para quienes esa fecha no es más que la del 'estallido'. Que la cosa venía incubándose como el huevo de la serpiente allá por el 31 o por el 33. Que, a ese propósito recupero, aparte de mi propia experiencia de niño (que solamente oía hablar de escaramuzas en mítines varios), algunos párrafos de un historiador como James Cleugh 'La guerra de España 1936' o 'Spanish Fury' (Editorial Juventud, 1967), donde puede leerse que «ya en mayo de 1931, los saqueos e incendios de iglesias y conventos escandalizaron al mundo». Que «la mayor parte de los peores ultrajes en aquel mes trágico, especialmente los perpetrados contra las personas de sacerdotes, frailes y monjas, fueron probablemente obra de los rufianes que todo período de revolución social en un país saca a la superficie como el vómito de un estómago sobrecargado, pero los alborotadores, en conjunto, no se dedicaron al robo y a la violencia por cuenta propia». Que «su intención era vengarse de injusticias que existían pero que eran mucho menos importantes de lo que ellos juzgaban». Que «todo el que haya estado presente en escenas de furia colectiva sabe cuán irracionalmente agresivas, hasta el límite mismo de la carnicería, pueden llegar a convertirse». Y que «el ingobernable instinto gregario se apodera incluso de hombres que normalmente piensan antes de obrar».
En cuanto a mí me respecta, diré que el tiempo ese, el del 33, me parece que está situado en las nebulosas de mi vida primigenia, tiempo lleno de sombras, de luces no configuradas y mucho menos encasilladas, que el catálogo comienza cuando la memoria empieza a grabar en nuestro particular disco duro efemérides; imprime hechos y más hechos, impresiones y sensaciones y emociones en la tabula rasa, que todo resulta ser como en el cerebro del párvulo que acude a la escuela y va haciendo palotes en el cuaderno a rayas gordas mientras empieza a hojear la cartilla y el catón y desde los ventanales de la escuela pública se ve la nieve caer blandamente sobre los caminos y sobre los prados y la aldea va hundiéndose en la blancura. Y el aflorar, más tarde, de la primavera y algún pajarillo que nos aletea tentador en los cristales y la promesa de las hierbas sedosas y la gemación de los árboles, y el verano radiante que nos invitará a disfrutar de los meandros del río, de playas de azules refringencias y húmedos arenales.
Por aquel año del 33, nada más que cinco años en el zurrón de mi vida, mi ordenador personal tan en paños menores todavía cualquier tipo de tecnología, ya estaba haciendo, sin embargo, pruebas preliminares, ejercicios de acomodación, tanteos. Fue, acaso, un tiempo que me fue silente, con recuerdos muy vivos sin embargo de las paredes de la casa materna. Que no digo paterna porque mi padre no tenía casa (de lo cual me alegro por no tener que defenderla). Y me pregunto ahora, si no es que todo estaba insuflado de una sensación existencialista profunda, algo como si el espíritu jansenista de la época tuviera presente aquel verso calderoniano de que «el pecado mayor del hombre es haber nacido».
De lo que tampoco sabía nada, y ya es gran ignorancia, es que mucho tiempo antes, allá por Patmos, un tal Juan ya había hecho sonar sus trompetas apocalípticas.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La artista argentina Emilia, cabeza de cartel del Música en Grande
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.