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Es relevante la conclusión a la que han llegado los miembros de constituido grupo Zedarriak, que en su estudio titulado Diagnóstico Económico y Social afirman ... que «Euskadi ya no ocupa posiciones de liderazgo», al tiempo que constatan que «no estamos para sacar pecho si nos comparamos con las principales regiones industriales de Europa». La relevancia de dichas conclusiones deriva de la personalidad y la excelencia contrastada de quienes así opinan.
El chauvinismo, cuando no el narcisismo, es un sentimiento congénito a los grupos humanos. Los nacionalismos sobresalen en dicho sentido al proclamar su superioridad grupal. Es conocida la afición del padre del nacionalismo vasco al exaltar las cualidades de los vascos y denunciar los deméritos de quienes no lo eran. El sentimiento de superioridad, que Nietzsche asoció a la voluntad de poder, suele estar sustentado en la raza, la religión o una cultura que se cree con derecho a prevalecer sobre otras. El nacionalismo vasco se asentó sobre una creencia inveterada sobre la superioridad racial, étnica y religiosa sobre otros grupos humanos. La cultura nacionalista ha creado una realidad virtual en la que los vascos nos consideramos los mejores en todo. Dicha realidad virtual, sin embargo, se da de bruces con la realidad de las cosas y así lo ha constatado el informe de Zedarriak que viene a acreditar la sospecha que algunos abrigábamos. Enumero a continuación algunos aspectos de la realidad vasca en los que es observable un cierto decrecimiento.
1. En el ámbito político llama la atención la desconexión entre las élites nacionalistas y el grueso de la población vasca. Según las últimas estimaciones, la aspiración independendista se encuentra en mínimos, mientras las cúpulas del nacionalismo siguen reivindicando la plena soberanía. La constante puja nacionalista no tiene otro recorrido que la extracción de continuas prebendas en forma de transferencias del estado. Parece como si a los vascos se nos debiera todo por el hecho de ser mejores.
2. El crecimiento competencial no tiene una traslación equivalente en el bienestar de la población vasca. En este sentido, baste recordar el grave deterioro de la sanidad pública y su continuado declive, evidenciado con ocasión del Covid. Osakidetza, que reputábamos como uno de los sistemas mejores del mundo, ha visto desbordada su capacidad y solo la entrega y capacidad de sus sanitarios ha evitado el colapso. Los abundantes recursos económicos que en virtud de nuestra especial entidad fiscal atesoramos, no siempre son utilizados en el ámbito del bienestar social, sino que se invierten en el logro de objetivos políticos e ideológicos.
3. Los vascos tenemos un grave problema con nuestra demografía y el porvenir se nos presenta tan obscuro como desolador. Somos cada vez más viejos y nacemos menos. Estudios realizados hace una década avisaban de nuestra decadencia demográfica y auguraban escenarios catastróficos en los que dentro de treinta años la población vasca quedaría demediada. El País Vasco es la región europea con menor tasa de natalidad: 0,9 hijos por mujer fecunda, lo que hace difícil el relevo generacional.
4. Los vascos siempre hemos estado ufanos de nuestra capacidad laboral y emprendedora, pero tampoco en este epígrafe las cosas se nos presentan risueñas. Nuestros jóvenes ya no aspiran a innovar y a emprender, sino a obtener un salario público. La laboriosidad y la productividad de otros tiempos chocan con un creciente absentismo. El privilegio que supone el Concierto Económico no basta para paliar el estancamiento de nuestro PIB. En medio de un mundo competitivo, los vascos pretendemos vivir de las rentas de nuestros derechos históricos.
5. El capital humano de una sociedad lo define su nivel educativo además de las habilidades y aptitudes que atesora. Es en este ámbito donde las alarmas no dejan de sonar. Nuestro sistema educativo, principal instrumento para configurar nuestro capital humano, se encuentra en entredicho. Pero nuestros gobernantes no se dan por aludidos y se empeñan en proclamar las inciertas bondades de nuestro sistema. El obsesivo empeño de situar el euskera en el centro del sistema educativo, así como la determinación de generalizar un proceso de inmersión lingüística, que se ha revelado pedagógicamente nociva e injusta, no auguran sino el declive de nuestro capital humano.
Nacionalismo y progreso no siempre son equivalentes y ahí está Cataluña para confirmarlo. El decrecimiento de la economía catalana y la ruina de su cohesión social son consecuencia incuestionable del nacionalismo supremacista. Convendría que aquí en Euskadi, aprendiéramos la lección y es que no siempre nacionalismo es sinónimo de progreso. Cuando el nacionalismo se ensimisma y se convierte en narcisista la decadencia acecha.
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