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El torrente festivo alcanza su máximo caudal el 15 de agosto, fecha en torno a la cual se concentran numerosas fiestas mayores por barrios, pueblos ... y ciudades. En Italia, desde tiempos del emperador romano Augusto, se llama 'Ferragosto' a este momento de gran éxodo vacacional hacia lugares de ocio y descanso. La Iglesia, siempre oportuna para servir vino nuevo en odres viejos, cristianizó dicha celebración consagrándola a la Asunción de Nuestra Señora. Hasta aquí, nada que no se sepa. En cambio, puede que resulte desconocido el dato de que también el 15 de agosto cumple su onomástica un santo de pacotilla, San Napoleón. La historia tiene suficiente miga para echarle una lectura.
A lomos de la Revolución de 1789 y con el empuje de sus victorias en Italia, el general Bonaparte se encaramó al poder primero como cónsul de la República, luego como autócrata y por fin como emperador. En su política de restauración de estructuras y de privilegios del Antiguo Régimen, el corso buscó apoyo en la Iglesia. En línea con su admirado Voltaire, para quien la amenaza del infierno evitaba que los criados robasen o asesinasen a sus amos, Napoleón tenía asumido que «la desigualdad de las fortunas no puede subsistir sin la religión», en la que descansa una promesa de justicia e igualdad para los desfavorecidos en la tierra para cuando lleguen al cielo.
El cielo, precisamente, se le abrió de par en par al papa de Roma cuando se produjo el giro clerical que puso fin a un oscuro periodo de ateísmo de Estado y de gobierno de comecuras en Francia. Dicha conversión culminó con el concordato de 1801, a cambio del cual Pío VII tuvo que tragar sapos enormes como el de sacralizar 'urbi et orbi' a Napoleón bajo las naves de Notre-Dame de París a la voz de «Vivat Imperator in aeternum!».
Meses después, un decreto imperial declaraba el 15 de agosto fiesta nacional francesa, pero no tanto por la Virgen de la Asunción como para conmemorar el cumpleaños del 'Ogro de Ajaccio', nacido tal día de 1769 (el próximo jueves hará 250 años). Para que la operación cuadrase, un componedor cardenal exhumó del martirologio romano a un tal San Napoleón (en realidad, 'San Neopolo'), victorioso soldado y mártir del siglo IV. A partir de ahí, se desataría el culto a la personalidad del dictador en dicha festividad canónica fusionando en su figura las identidades cristiana y nacionalista de Francia. Con ello sentó un fatal precedente de hibridación entre política y religión, algo que, corriendo el tiempo, padeceríamos también aquí por imposición de otro militar no menos iluminado y cínico.
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