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La teoría de la evolución, nacida de los estudios de Darwin durante su viaje en el Beagle, estuvo a punto de frustrarse... por culpa de su nariz. El capitán del barco, Robert FitzRoy buscaba un acompañante culto y religioso con quien conversar durante la travesía. ... Darwin estuvo a punto de no ser elegido porque FitzRoy dudaba que «alguien con esa nariz» pudiera aguantar el viaje. Darwin cumplió y nos legó la teoría más importante de todos los tiempos sobre la que pivotan la biología y la visión actual del ser humano, el mundo y Dios. La nariz ha sido objeto de estudios relacionados con la evolución. En 2017 un equipo científico analizó las diferencias en la forma de la nariz en miles de habitantes del planeta. Querían saber cuál era la causa. Vieron que existe una correlación entre la anchura de la nariz y la temperatura y la humedad del aire del lugar de residencia: la nariz es más ancha en pueblos de zonas cálidas y húmedas. Estudios previos de las cavidades nasales en fósiles ya lo habían señalado. En cierto sentido es un hallazgo comparable a la relación entre la pigmentación de la piel y la radiación ultravioleta: A mayor exposición a los rayos solares, mayor pigmentación cutánea para proteger de sus efectos dañinos y a menor exposición al sol, menor pigmentación para aprovechar al máximo la vitamina D.... y mayor necesidad de protección para evitar el cáncer. Esto sugiere que la forma de la nariz (y el color de la piel) es una expresión de la selección natural para adaptarse al medio y sobrevivir. Sin embargo, la nariz masculina es mayor que la femenina en todo el mundo, lo que indica que es también una expresión de la selección sexual.
Un grupo de psicólogos granadinos sugiere, con las debidas cautelas, que cuando mentimos desciende la temperatura nasal. No iba descaminado Carlo Collodi, el creador de Pinocho, cuando vinculó mentira y nariz. Los investigadores trabajaron con 60 estudiantes a quienes midieron la temperatura mientras contaban por teléfono una mentira inventada a un ser querido durante 4 minutos. Las dos regiones clave de la cara para medir este «efecto Pinocho» son la punta de la nariz y la frente. Al mentir, la nariz se enfría entre 0,6 y 1,2ºC, mientras que la frente se calienta entre 0,6 y 1,5ºC. Cuanto mayor sea la diferencia de temperatura entre ambas, más probable es que se esté mintiendo. Vivimos un momento en el que abundan narices congeladas y cabezas a punto de entrar en ignición.
¿Cuál es la explicación? La ansiedad de mentir contrae las arterias y reduce la llegada de sangre a la punta de la nariz que se enfría. Además, para mentir hay que pensar, planificar, prestar atención y analizar, lo que supone una carga cognitiva que aumenta la temperatura de la frente. Mentir de modo competente implica un gran trabajo para la región más racional del lóbulo frontal que tiene que controlar el contenido emocional de un mensaje que no concuerda con la realidad. Es una lucha entre «no mientas» y «si mientes, hazlo bien». La sustancia blanca de la corteza frontal de los mentirosos patológicos es muy abundante pues necesitan un cableado más complejo para mantener conexiones con muchas regiones cerebrales para que la mentira resulte creíble. La actividad de sus neuronas y circuitos se incrementa notablemente. ¡Tiene narices!
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