Después de la reunión del Consejo interterritorial del día 13, el ministro de Sanidad definió la situación como «muy preocupante», con casi 40.000 contagios y una incidencia acumulada de casi 500 casos por 100.000 habitantes. Una catástrofe que supera los pésimos datos de ... los países de nuestro entorno, como Francia, Alemania o Italia, que registran incidencias acumuladas de entre 300 y 400 contagios. Lo peor en nuestro temible estado de situación es la vertiginosa tasa de crecimiento en los últimos días.
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Lo curioso del caso es que existe un acuerdo general, basado en una lectura inmediata de las cifras, a la hora de atribuir a las pasadas fiestas la responsabilidad de ese curso trágico, una estimación reforzada por el ascenso que ya se registró en el puente de la Constitución. Esto quiere decir que con anterioridad ya se sabía lo que iba a pasar al relajarse el control de los comportamientos sociales favorecedores de una mayor difusión de la pandemia. Por eso el eterno epidemiólogo oficial, Fernando Simón, se permitió incluso ironizar sobre el precio pagado por la intensa sociabilidad y las diversiones a que se entregaron los españoles en estas navidades. Como siempre, encara el tema desde la responsabilidad individual, que ha fallado una vez más, como en el tiempo de la 'nueva normalidad'. Entonces la culpa recayó sobre los jóvenes y ahora sobre las familias.
El ministro Illa fue más ponderado al considerar que la gran mayoría de los españoles actuó con responsabilidad, aun cuando al parecer hubo quienes no obraron así. De acuerdo con el dicho italiano que sirvió de título a una farsa de Pirandello, «cosí è se vi pare», así es si así os parece. Todo difuminado: la población, inculpada, y el Gobierno central y los gobiernos autonómicos, al margen de cuanto ocurrió de Santo Tomás a Reyes.
Solo que una vez más, como en la eclosión de la pandemia o en el falso triunfo veraniego sobre la misma, las consecuencias han sido demasiado graves para conformarse con esa autodeclaración de inocencia. El coronavirus ha respondido a las líneas generales que conocemos, de las grandes epidemias históricas. Por mucho que los fantasmales 'expertos' gubernamentales afirmaran que el optimismo y la tolerancia del 8 de Marzo no tuvieron efectos, se sabe de sobra cómo las concentraciones de gentes provocan un salto inmediato en la difusión de la enfermedad.
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Ahora, aun cuando las autoridades intenten descargar su responsabilidad sobre los ciudadanos, a ellas les tocaba adoptar las medidas, que muchos no adoptaron, si bien no han faltado autonomías que sí lo hicieron a costa de provocar el malestar y las protestas de quienes sabían que en lugares como Madrid se vivía en una feliz inconsciencia. No puedo hablar del resto de España, pero sí, desde mi traslado a la capital en noviembre, sobre la diferencia observable entre el relativo grado de rigor en Euskadi y la ausencia allí de controles efectivos.
En el mundo feliz de Ayuso y Almeida hubo confinamientos por distritos, la lógica obligación de las mascarillas, distancias obligatorias..., pero podías circular por los distritos confinados, estar en las terrazas a rostro descubierto, beber o discutir a un decímetro de tus amigos sin ver a un policía ni en foto. Luego, tal vez como en otras ciudades, las lucecitas de Navidad atraían a masas de gentes al centro y sobre los seis o los diez por festejo doméstico, como alguien apuntó, no ibas a vigilar cada piso con un policía. Apenas grandes botellones y fiestas masivas atrajeron la atención de las fuerzas del orden y dieron la falsa imagen de control.
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Si a este panorama añadimos que el Gobierno reside en Madrid y decidió cerrar los ojos ante el espectáculo, sin renunciar a la riña permanente con Ayuso, tenemos con claridad diseñado el futuro después de Reyes. Ciegas navidades seguidas del auge de la enfermedad. Los infractores individuales, responsables; más aún las autoridades, allí donde optaron por una tolerancia suicida. El ejemplo de la rentabilidad de un tratamiento 'soft' lo tenemos en la popularidad del ministro Illa, ascendido a líder para Cataluña. Con su nota de infamia al oponerse al aplazamiento de las elecciones por Covid: no importa acrecer los contagios, si ganamos diputados antes de que se hunda el prestigio de Illa.
El único lado positivo de la experiencia consistió en comprobar las deficiencias de una estructura confederal para afrontar una situación crítica, donde eran del todo exigibles la visión de conjunto y la estricta coordinación. El virus no se detiene ante las fronteras de comunidad, y en las de gran superficie estuvo ausente la aproximación concreta a los focos de infección y a la interrelación de comarcas vecinas. En sentido contrario, Sánchez ha conseguido una vez más eludir el desfavorable protagonismo. La información, dosificada. Aquí la vacunación va «a velocidad de crucero» (Illa), en Francia mañana se inicia la de los mayores de 75 años. ¿Para qué saberlo?
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