JOSEMARI ALEMÁN AMUNDARAIN

El sometimiento no es amor

La violencia de género, tanto física como psicológica, son la antítesis del amor. Son expresiones de poder y dominación que buscan someter y controlar al otro

Nora Vázquez

Jurista y sanitaria

Sábado, 8 de febrero 2025, 01:00

El amor, ese sentimiento que ha inspirado innumerables sonetos y llenado volúmenes de cartas apasionadas, se nos presenta como una enrevesada madeja de seda, un laberinto de emociones donde la razón se pierde en los recovecos del corazón. Es un juego de sutilezas, una danza ... delicada entre la euforia y la melancolía, donde la felicidad se vislumbra como un espejismo en la lejanía. Quizás el amor se manifieste de formas diversas a lo largo de nuestra existencia, mostrándonos un rostro diferente en cada etapa del camino. En su esencia más pura, se asemeja a una sinfonía de emociones nobles y desinteresadas que nos inspiran a buscar la felicidad del ser amado por encima de la nuestra. Es un anhelo de compartir, proteger, ser un bálsamo en las heridas y un cómplice en los sueños.

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Nos enamoramos de la belleza. Pero la verdadera afinidad, aquella que perdura más allá de la fugacidad del tiempo, se encuentra en la convergencia de las almas, en el descubrimiento de espíritus afines que se reconocen como piezas de un mismo rompecabezas.

El tiempo se convierte en un valioso aliado cuando se trata de cultivar el amor verdadero. Cada momento compartido teje un tapiz de recuerdos que atesoraremos con nostalgia en el ocaso de la vida. Y qué decir de la conversación, ese arte sutil que nos permite adentrarnos en los laberintos del pensamiento ajeno. A través del diálogo sincero descubrimos los anhelos ocultos, los miedos más profundos y los sueños que se anidan en el alma del otro.

Sin embargo, el amor, como una rosa de exquisita fragancia, también esconde espinas afiladas que pueden herirnos con crueldad. La sumisión, esa sombra ominosa sobre la libertad individual, puede marchitar la flor más hermosa, transformando el idilio en una jaula dorada. Cuando nos sometemos al yugo del otro renunciamos a nuestra propia identidad, nos convertimos en una sombra de lo que podríamos llegar a ser. El amor verdadero no conoce de ataduras, sino que nos impulsa a volar y alcanzar nuestro máximo potencial.

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Y es aquí donde debemos detenernos y reflexionar sobre la delgada línea que separa el amor del sometimiento. Si es cierto que el amor implica una entrega, una renuncia a cierta parte de nuestra individualidad en pos de la construcción de un 'nosotros', esta entrega jamás debe confundirse con la anulación del ser.

El sometimiento, entendido como la pérdida de la propia identidad y la sumisión a la voluntad del otro, es un camino peligroso que conduce al abuso y la violencia. El amor verdadero jamás debe implicar la pérdida de la libertad, la dignidad o el derecho a la autodeterminación. La violencia de género, el machismo y el maltrato, tanto físico como psicológico, son la antítesis del amor. Son expresiones de poder y dominación que buscan someter y controlar al otro. El amor auténtico, por el contrario, se basa en el respeto mutuo, la igualdad y la libertad. Es una conexión profunda entre dos personas que se valoran y apoyan mutuamente en su crecimiento personal.

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El amor se burla de las convenciones sociales y los prejuicios infundados. No distingue entre clases sociales, ni se deja influenciar por la procedencia o las creencias. Amar es aceptar al otro en su totalidad, con sus virtudes y defectos.

La eterna pregunta sobre la naturaleza del amor ha inquietado a filósofos y poetas desde tiempos inmemoriales. ¿Es un simple instinto primitivo, una artimaña de la naturaleza para asegurar la supervivencia de la especie? ¿O existe algo más, una conexión trascendental que nos une a un plano superior de existencia?

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Y como la rosa, el amor nos ofrece su belleza y su fragancia, pero también nos recuerda que la felicidad puede ser efímera, que la pasión puede desvanecerse y que el dolor es una parte inevitable de la experiencia humana. Así, bajo el manto protector del crepúsculo, nos dejamos llevar por la corriente de nuestras emociones. Nos basta con la elocuencia del silencio, con la poesía que se esconde en la intensidad de unas miradas que lo dicen todo sin pronunciar palabra.

Mirar a los ojos, y en ese instante se abren las puertas de un universo paralelo donde solo existen dos. Es un sueño, sí, una idealización del amor en su máxima expresión. Pero qué anhelo tan profundo el de encontrar esa complicidad que nace de la admiración mutua, del reconocimiento de un intelecto afín.

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Esos golpecitos en el estómago, señales inequívocas de un corazón que se despierta, que late al unísono con otro, son un recordatorio de la intensidad de ese encuentro. Un corazón que clama en silencio, que anhela caricias, que busca la fidelidad y el encuentro en un abrazo que fusione dos seres en uno solo.

Y en ese anhelo de conexión profunda se esconde la esencia misma de la Humanidad, el deseo de trascender la soledad y encontrar un reflejo de nosotros mismos en la mirada del otro. Porque en este amor, tan auténtico, se encuentra un remanso de paz en medio del caos del mundo.

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