De borrascas, tornados y aguas mil tan desobedientes que días pasados originaron tantos desastres a estos rayos de sol que me apuntalan ahora la ventana, ... me parece que es tan fácil como lidiar a toro pasado, es decir, cuando se hubo perdido ya el refrescante revoloteo de la capa y, más aún, cuando la muleta cumplió también con su preclaro servicio de coadjutor de la espada, que lo que hoy me prevalece dactilar es con todo tipo de aljófares poéticos, gotas de rocío intensos en las tan bucólicas mañanas de mi niñez musicadas por pájaros canoros varios en los olorosos terebintos del sotobosque cuando el agua, como de costumbre, no era otra cosa que agua y no océano de tsunami como ha gustado de ser en el decurso de estos días pasados con tan desatinadas consecuencias.
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Del agua, tan emblemáticamente considerada que nos embarga los sentidos a la caricia más pura como rijosa a la vez cuando le da por mojarse en cauces de riachuelo que va creciendo a río, que es, una de las muchas veces de cuando se le topa Juan Ramón y salta la oda a estilo tan delicuescente como siempre escribió, la belleza de la palabra bienquista con el respingo de las gotas alabastrinas, 'el ladrón de agua' en la media luna granadí convencido de que es un ladrón 'el ladrón de agua' retumba, cae, zumba, se yergue, se tumba, se retuerce en tetania infinita, enarcadora de pecho y vientre; y quisiera, con su ilusoria moda de calañés y trabuco metamorfoseables, salirnos al paso. Pero no puede. Está perdiendo hechura y voluntad. Pasa, con mente desvanecida de loco, de ladrón a ladrón. Su acero transparente y frío, está cojido por cabeza y pies, soltado un instante, cojido de nuevo entre verdes colgantes oscuros. Y su pena renegrida, de espantoso ladrón imposible, es la que le da ese atractivo escalofriante, ese invariable hechizo».
Hasta aquí pero también mucho más pudierase decir de J.R. y del agua, transformado él en aguador a lo Washington Irving, pero es que, hablando del agua y conviniendo en que el cielo no es un océano más como se empeñaron en hacernos saber días pasados (¿o si que le da por serlo como una de las grandes venadas a qué acogerse para darnos miedo?), a uno, a éste que ahora está escribiendo impresiones de ese fenómeno climatológico que de tantas desgracias pudiera acusársele, le vienen a la memoria aquellos largos versos zorrillescos en los que se preguntaba que «¿Qué quieren esas nubes que con furor se agrupan/ del aire trasparente por la región azul?/¿Qué quieren cuando el paso de su vacío ocupan/del cenit suspendiendo su tenebroso tul?/¿Qué instinto las arrastra? ¿Qué esencia las mantiene?/¿Con qué secreto impulso por el espacio van?/¿Qué ser velado en ellas atravesando viene/ sus cóncavas llanuras que sin lumbrera están?/ ¡Cuál rápidas se agolpan! ¡Cuál ruedan y se ensanchan/y al firmamento trepan en lóbrego montón/y el puro azul alegre del firmamento manchan/sus misteriosos grupos en torva confusión!/ Resbalan lentamente por cima de los montes,/avanzan en silencio sobre el rugiente mar,/ los huecos oscurecen de entrambos horizontes,/el orbe en tinieblas bajo ellas va a quedar», etc... que si solamente fuese de las tinieblas el poeta sigue y sigue cantando y contando por encima de tantas voces que cantaron sí que también de esas nubes pero de calidades y tonos distintos, que, en hablando del agua tan atrozmente vertido y en cantidad tan fabulosa se está a unos pocos pasos de equivocarnos y aplicar al agua toda esa acusación cuando resultaría ser señalamiento tan injusto pues que esa agua que asi pecó es hermana gemela de las otras que nos son tan queridas por tan necesarias. Y que también desde otro prisma tan distinto encontramos versos de loas insuperables como también se me aborda ahora a esta misma memoria (como ya lo dejé escrito ha más de doble década), tales como la machadiana fontana que fluía dentro de su corazón así como aquel último trozo del salmo pluvial de un poeta argentino, un tal Lugones que cantó «la delicia de los árboles que abrevó el aguacero/ delicia de los gárrulos raudales en desliz/ cristalina delicia de trino de jilguero/ delicia serenísima de la tarde feliz», y si algo más quisiéramos remover, nunca se me olvidarán las maravillas que un gran hispanista francés un tal Maurice Legendre (ahora un tanto mas que olvidado), recordó que 'esta agua ibérica ni incolora, ni inodora, ni insípida' no es vulgar sino 'recia, preciosa y creadora' y habla de la lluvia en forma de tormentas o de diluvio, de agua que se trueca en colores y en jardines igual que de los nubarrones oscuros y atormentados que pintó El Greco, y cuando llega al momento de hablar de su sabor preclaro, se maravilla de la exquisita ponderación que ante el cuerpo del agua expresan unos labriegos extremeños y a esa fruición de beber frescura, magnífica sensación que todos hemos experimentado cabe ante algún venero de las montañas de frescos manantiales que abrevaron sedes galopantes y queda para la posteridad histórica el colofón de sus nombres.
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