El 'obispero' español
El oficio de vivir ·
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El oficio de vivir ·
La apuesta de Pascal era de mayor densidad teológica, pero la de Marcinkus tiene más efectividad prácticaPara interesar por la fe a los escépticos, y teniendo en cuenta que no es posible probar racionalmente la existencia de Dios, el matemático y filósofo católico Blaise Pascal trasladó el problema al ámbito de la probabilística. Enunciaba su argumento de la siguiente manera: si ... crees en Dios y existe, ganarás al cielo, o sea todo, y si no existe te quedarás como estás. Pero si eres ateo y hay un Creador esperándote perderás el premio eterno. Conclusión: apostar a que Dios existe es lo más ventajoso.
Pascal, a quien debemos la invención de la primera calculadora, la 'pascalina', antecedente del actual ordenador, era un genio con abismales contradicciones que si por un lado la emprendía contra los jesuitas acusándolos de banalizar los sacramentos, por otro imaginaba a Dios con guisa de crupier de Casino Celestial. Aun sin proponérselo, con su apuesta abrió una vía a la bursatilización de la fe escatológica a partir de la cual no sería difícil justificar las simonías ni la codicia patrimonial junto con toda forma de teocapitalismo como el que conocemos aquí y que ahora vuelve a la actualidad al hilo de las conflictivas inmatriculaciones de la Iglesia española.
Después de la Guerra Civil, Franco pagó a la Iglesia la santificación de su masacre entregándole la enseñanza (con mediocres resultados vista la indiferencia de quienes pasamos, ¡ay!, por sus manos), y dio carta blanca al episcopado para que se apropiase de bienes muebles e inmuebles del común a lo largo y ancho de 'la reserva espiritual de Occidente'. De esa manera España se convirtió en un 'obispero', en irónica definición del falangista y diplomático Foxá. Y de rebote, terminando el siglo, el avispado Aznar amplió sus prebendas.
Se atribuye al arzobispo Paul Marcinkus, apodado 'el banquero de Dios', la maquiavélica idea de que «la Iglesia no se gobierna solo con avemarías». Como institución humana, demasiado humana que es, lleva siglos ensalzando la pobreza mientras acumula más y más riquezas. De modo que podríamos hablar de una 'apuesta de Marcinkus' con menos densidad teológica que la de Pascal pero con mayor efectividad práctica en la medida que funda su operatividad en capitalizar recursos en esta vida con promesa de repartir dividendos en la otra. Para el creyente, el rendimiento, pese a lo incierto, posee un atractivo inigualable, y para la multinacional espiritual es tranquilizador saber que los inversores nunca volverán pidiendo la hoja de reclamaciones. Aquí paz y después... 'rien ne va plus!'.
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