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La decisión del PNV de dar vía libre a la tramitación de los Presupuestos ha recibido el aplauso de aliados y de adversarios. No es común que, en una política tan tosca y de trazo tan grueso como la nuestra, salga algún partido con una ' ... finezza' de las que habrían dejado boquiabierto al mismísimo Andreotti. Y es que, atrapado como estaba el PNV en su tan solemne como reiterada promesa de no sentarse a negociar las Cuentas del Estado mientras estuviera vigente el 155, ha tenido la sutil astucia de encontrar en la demanda hoy más sentida y movilizadora de la sociedad el motivo más noble para desdecirse de su palabra sin que nadie pueda echárselo en cara. ¡Quién va a afear a un partido nacionalista, interesado solo en su tierra, que haya logrado lo que ni los partidos en el Parlamento ni los jubilados en la calle han sido capaces de lograr, a saber, forzar al Gobierno de la Nación a subir las pensiones de todos los jubilados del país hasta niveles que aquel había declarado imposibles, así como a posponer unos años más la aplicación del factor de sostenibilidad! Ante esto, palabras y promesas incumplidas son 'peccata minuta'. Olé, pues, por la operación. Toda una lección.
Resulta, sin embargo, que la grandeza de los hechos se empequeñece a veces por la torpeza de las explicaciones. Ocurre tanto cuando se quiere ocultar un fracaso como cuando se pretende sobreexplotar un éxito. De lo primero hemos tenido ejemplo en la benevolente e increíble explicación que Cristina Cifuentes ha dado de su forzada dimisión. «He renunciado porque la izquierda radical no puede gobernar Madrid en contra de la voluntad que los ciudadanos expresaron en las urnas». La poca dignidad que quedaba en la dimisión se difuminó al explicarla. Pero también el éxito, cuando se sobreexplota, llega a producir explicaciones igualmente increíbles. Algo de esto le ha ocurrido al PNV.
Se había hecho ya para todos más que evidente que el PNV mantenía una batalla interior entre su deseo de que el Gobierno aprobara los Presupuestos y la solidaridad que había prometido a los secesionistas catalanes. De los nuevos Presupuestos dependían tanto el cumplimiento de gran parte de lo pactado en 2017 como lo que podría pactarse por añadidura este nuevo año. Se trataba además de dar estabilidad al Gobierno y evitar unas elecciones anticipadas que el partido jeltzale consideraba muy inconvenientes. Eran cuestiones pragmáticas. La solidaridad, en cambio, era «cuestión de principios». «Con el 155 no se juega», había proclamado el presidente del EBB en el Aberri Eguna. En cuanto a la subida de las pensiones, no interesaba menos al PNV que al Gobierno. Los manifestantes de Bilbao habían comenzado a apuntar al PNV como corresponsable de la situación y a demandarle soluciones. No es, por ello, casual que parte del pacto -lo referido al factor de sostenibilidad- se extendiera más allá de 2020, es decir, que comprendiera los años 2019 y 2020 en que se celebrarán en Euskadi las importantes elecciones municipales, forales y autonómicas. Entre los principios y el pragmatismo ha prevalecido, como siempre, el pragmatismo.
Por eso resultan sobreactuadas las explicaciones que el PNV ha dado de un pacto que podría haberse explicado de manera más convincente y verosímil. Como si necesitara envolverlo en oropeles para hacerlo atractivo o presentable. Dos han sido las explicaciones. La primera, «evitar que Ciudadanos llegue a La Moncloa en otoño». La segunda, «dar tiempo a que decaiga el 155». Y las dos resultan muy poco creíbles. La primera, porque, si lo que quiere el partido de Albert Rivera es que se adelanten las elecciones, en absoluto depende para conseguirlo de lo que haga el PNV. Solo tendría que retirar él mismo su imprescindible apoyo a las Cuentas. La estabilidad del Gobierno es del legítimo interés del PNV y no habría que explicarla por el temor a la llegada de Ciudadanos a La Moncloa, que necesita aún más tiempo de mejora propia y deterioro ajeno.
Lo de la solidaridad y el 155 es todavía más chusco. El PNV sabe que, con su compromiso catalán, había hecho depender sus decisiones de un tercero que no podía controlar. Con la decisión de dar luz verde a las Cuentas lo ha roto. Y es que, pese a lo que afirma, la decisión no es provisional, sino definitiva e irreversible. Sería impensable que el PNV quitara de la boca a los pensionistas el caramelo que les ha dado, si, para el 22 de mayo, no decayera el 155. Con el pacto se ha declarado libre del compromiso adquirido. Y no sin cierto ventajismo. Pues, si se forma el Govern y decae el 155, habrá sido gracias a su influencia. Si no, será responsabilidad exclusiva de los propios catalanes. Y es que acabar con él ha estado siempre en sus manos. En fin, que este 'gran pacto' que el PNV dice haber hecho no merecía explicaciones tan vergonzantes.
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