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Un país en el alambre

El efecto más nocivo de la inestabilidad es que invita al público a que se fije solo en los funambulistas para ver si acaban cayéndose o hasta cuándo continúan agarrándose al cable

Viernes, 5 de octubre 2018

La inestabilidad política es, ante todo, un estado de ánimo. Las mismas razones que llevan a pronosticar la convocatoria anticipada de elecciones por parte de Pedro Sánchez son las que permitirían a éste aventurarse en la culminación de la legislatura, incluso sin presupuestos propios. Ya ... se sabe que aguantar en La Moncloa en minoría se vuelve virtud con el tiempo. Algo parecido ocurre con el mandato de Torra al frente de la Generalitat. La volatilidad del momento es tan manifiesta que sirve lo mismo para disolver el Parlament que para mantenerlo en hibernación, a la espera de que el independentismo encuentre algún sentido a su apuesta. El público está advertido de que puede pasar cualquier cosa. De modo que los actores secundarios de la función -léase el PNV- no tienen más remedio que limitarse a verlas venir, dudando entre reivindicarse coprotagonistas de una eventual disolución de las Cortes o mantenerse en un plano más discreto. Dado que cualquier cosa es posible, hasta los movimientos tácticos pierden valor. Porque hoy la política no es ya de momentos, es de instantes. Quien ahora parece haber logrado un triunfo puede verse ridiculizado en el minuto siguiente.

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