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Las ansias imperiales de Putin, como antes las de Breznev, han reducido a Rusia a 'cárcel de naciones'Viejo chiste de la época soviética: «Lenin mostró cómo se puede gobernar. Stalin mostró cómo no se debe gobernar. Jruschev mostró que cualquier idiota podía gobernar. Breznev mostró que cualquier idiota no puede gobernar».
Al régimen de Vladímir Putin se lo califica de 'memoriacracia' por ... cimentarse en el culto a un supuesto pasado glorioso de la patria con cénit en la II Guerra Mundial. «El valor de las culturas, de los pueblos y de las sociedades se prueba en y por la guerra», dirá el filósofo Aleksandr Duguin, en su día considerado 'el Rasputín de Putin'. Su inquina contra lo que pueda ensombrecer aquel mito heroico explica las trabas a los historiadores que aspiran a la verdad sobre el criminal sistema estalinista, despachados como 'revisionistas'.
Ni una mala palabra ha salido de su boca sobre Stalin, tampoco una buena sobre Leonid Breznev, dirigente ucraniano que lideró la URSS entre 1964 y 1982. Con él se congeló 'el deshielo' de Jruschev; sin libertades de opinión, reunión ni asociación, amordazada la sociedad civil y transformados los soviets en claque comunista, toda la legitimidad reposaba en el Ejército y especialmente en el KGB, brazo secular del Partido Comunista. Ahí se formó Putin.
Entre la élite 'memoriacrática' la mención a Breznev es tabú. ¿La razón? Excita comparaciones tan obvias como poco lisonjeras hacia el actual mandamás. Empezando por su fosilización en el poder (aquel estuvo 18 años, este va para 23); el culto a la personalidad y el exhibicionismo muscular saludado siempre con admiración popular; la estrategia de división de los occidentales y de subversión de los valores democráticos; una hipertrofia armamentística paralela al estancamiento económico y social; la política memorial de rehabilitación de Stalin iniciada entonces y ahora retomada; en fin, la reducción de Rusia/URSS a 'cárcel de naciones' para saciar sus ansias imperiales.
Breznev y Putin, como el zar Nicolás II y el déspota georgiano, representan el alma asiática de Rusia, la que mira al pasado, añora el imperio y admira el autoritarismo; frente a ella hay otra alma, europeísta, culta y pacífica, encarnada por Pedro el Grande, Trotsky o Gorbachov. No neguemos, sin embargo, que el éxito del 'asiatista' Putin se nutre del enorme desencanto ante los ideales de democracia y economía de mercado con que soñaban los rusos a la caída del Muro. Tan cierto como que, al contrario que de Breznev, nadie en Rusia inventa chistes sobre Putin. Detalle que no deberíamos tomar a broma.
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