Cómo se explica? ¿Es tontuna o resignación? ¿Franquismo sociológico o estoicismo senequista? Desde que el Duque de Lerma, uno de los mayores corruptos de todos los tiempos, desfiló en loor de multitudes sacralizado con el capelo cardenalicio, hasta la actual adhesión inquebrantable hacia la figura ... de quien debió encarnar la máxima ejemplaridad y resultó ser un ejemplar de mucho cuidado, llevamos siglos moralmente aturullados. El aguante del españolito de a pie ante los abusos, felonías y desprecios de sus élites algún día se estudiará en las facultades.
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Solo un país panderetero y de poco fiar traga como si nada que una abogada del Estado urda junto a una carroña policiaca la destrucción de pruebas sobre sucios manejos del partido gobernante. ¿Y qué dice la justicia? Poca cosa, que bastante tiene con perseguir a ladrones de gallinas, raperos injuriosos a los símbolos patrios e independentistas revoltosos como para andar molestando a canallas con pedigrí. Por algo contamos con jueces absolutamente incorruptibles a los que nada ni nadie puede inducir a hacer justicia.
Eso sí, grandes deportistas no nos faltan, héroes que un día sí y otro también hacen historia, la única historia que de verdad computa en un solar campeón mundial en muertos de guerra sin sepultura y con los crímenes del franquismo ventilados como «cosas viejas que solo interesan a los revanchistas». No hay rendición de cuentas en un pasado congelado en la foto fija de una Transición que nos hace deudores de quien pudiendo ser caníbal, como Bokassa, se limitó a la cata de carnes trémulas.
Banderita en la muñeca y caudales en paraísos fiscales, nuestros patriotas aman España apasionadamente, y también a los españoles siempre que acepten correr tras los huesos que se les lanzan. Ejemplo: según el presidente de la Xunta, el bochornoso regateo del emérito demeritado «va a poner a Galicia en el mapa», por la misma regla de tres que Al Capone puso a Chicago en el mapa y que nadie sabría dónde están Hiroshima y Nagasaki de no ser por la bomba atómica.
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Largamente se nos reprochó haber vivido «por encima de nuestras posibilidades», ¿recuerdan? Mientras se nos ocultaba que quien realmente lo hacía era el que vivía a cuerpo de Rey con todos los derechos, pero disparaba con pólvora del pueblo por campechana codicia. Hoy, hasta se publican endechas por su triste destino: 'Mi rey caído', de Laurence Debray. ¿Qué hacer? De momento riamos por no llorar por el país postrado. ¡Vivan los reyes y vivan las cadenas!
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