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Estos tiempos hipermodernos que nos toca vivir han sido definidos de forma brillante por Gilles Lipovetsky: somos individuos más autónomos pero también más frágiles que ... nunca. En esta posmodernidad coexisten íntimamente dos lógicas: una favorece la autonomía personal y otra incrementa la dependencia.
Pese a puntuales comportamientos individuales tristemente desviados, los momentos que ahora estamos viviendo podrían acabar incidiendo de forma positiva en un replanteamiento de la socialización; probablemente, esta crisis acabe poniendo en marcha una reorganización social y demuestre de forma nítida que las reagrupaciones narcisistas no bastan para formar una sociedad solidaria. Tal y como señalaba el filósofo Slavoj Žižek, debemos creer en las posibilidades de esta nueva solidaridad porque solo unidos podremos salvarnos. Necesitamos gobiernos que no dejen las catástrofes en manos del mercado, porque éste nunca genera automáticamente confianza, cooperación o acción colectiva para el bien común.
El narcisismo, ese culto al individualismo que ha imperado en esta era postmoderna anclada en una lógica emotiva y hedonista, debe dejar paso a la movilización solidaria en favor del otro, a sumar esfuerzos, a ser conscientes de nuestra debilidad como individuos aisladamente considerados. Nuestra fortaleza radica en sumar, en lo social. La responsabilidad (individual y colectiva) ha de ser la piedra angular del porvenir de nuestra sociedad.
En medio de la tercera ola de la pandemia y en una situación de creciente alarma social, las autoridades nos instan a que mostremos como ciudadanía responsabilidad colectiva para hacer frente a la Covid-19. Mucha gente, la gran mayoría, respeta las medidas y contribuye desde su actuar responsable a que se cumplan; sigue habiendo, es cierto, una minoría que hace aflorar su inmadurez y su apego al individualismo insolidario y egoísta: cada fin de semana se tramitan por incumplimiento de las normas cerca de mil denuncias, situación agravada por los últimos altercados aparentemente organizados y que suscitan la sensible duda de si están orquestados con una determinada finalidad y orientación política.
Esta preocupante situación nos interpela de nuevo a la ciudadanía: debemos dejar de comportarnos de forma cuasi pasiva, reactiva, imbuidos por una especie de gregarismo social inducido a su vez por el temor a las medidas coercitivas y a las amenazas de sanción. No es fácil, pero es tiempo de alzar la energía positiva, de pasar a ser proactivos y anticiparnos con responsabilidad, de reaccionar cívica y solidariamente frente al bucle de negatividad, de cierta pesadumbre y de cansancio que toda esta situación parece estar generando en parte de nuestra sociedad.
La lealtad social no debe medirse en el seguidismo acrítico de las medidas impuestas con el único aliciente de no recibir una sanción; salir fortalecidos como ciudadanía, como pueblo requiere de una rebelión cívica anclada en la solidaridad, en la responsabilidad social. Exige reforzar nuestra pujanza como sociedad civil cohesionada. Exige no pensar solo en buscar un responsable, un culpable. Exige no cargar el discurso solo de reproches, de quejas, de subrayar los errores del otro. Exige ser conscientes de nuestra interdependencia social porque solo unidos y cohesionados podemos salir adelante.
Es una pena que como sociedad tengamos que operar y funcionar a golpe de decreto; no es posible sustentar la fortaleza de esa responsabilidad colectiva solo en el temor a las sanciones. Sería deseable que toda la secuencia de limitaciones que se están teniendo que implantar tuvieran plena operatividad práctica articuladas como recomendaciones y no como obligaciones imperativas cuyo incumplimiento se traduzca en multas. ¿Es posible reforzar la responsabilidad colectiva sin utilizar como herramienta el autoritarismo y el miedo? ¿Estamos preparados como sociedad para ello?
En 2010 el francés Stéphane Hessel reflexionaba desde su lema «Indignez-vous!» acerca de la falta de movilización social frente a lo que él definía como crecientes desigualdades sociales. En realidad, estaba realizando, en nombre del sentimiento ante la injusticia, un llamamiento en favor del compromiso social. Si proyectamos ese sugerente razonamiento de movilización social como vía de canalización de la indignación sobre el momento presente, cabría preguntarse si es posible solventar esta crisis pandémica solo enarbolando la pancarta de lo negativo, de la frustración o del pesimismo.
Emerge un sentimiento de indignación provocado por comportamientos tan lamentables como los de quienes han decidido saltarse el orden de vacunación, mostrando así su obsceno egoísmo y su desviación ética. No puede haber conducta más reprochable que la de quien se salta el orden de vacunación atendiendo a su estatus relacional. Es lamentable. Un flagrante ejemplo de abuso de poder. Una muestra penosa de antipedagogía social en el peor momento posible.
Corren tiempos difíciles, y por ello ahora toca remontar esta dura situación y trabajar codo con codo, en positivo, en modo auzolan social. Nos va mucho en ello.
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