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Hay un denominador común en las declaraciones de Putin contra sus interlocutores y adversarios occidentales: sobre la base de una falsa evidencia, intenta siempre cargarles con la responsabilidad del conflicto que él mismo provoca. La apariencia de validez de la premisa sirve de soporte al ... planteamiento de un dilema que supone para el destinatario una situación insostenible. Queda atrapado en la pinza, o en la red si se quiere, diseñada por el emisor. Es el campo de lo que el psiquiatra Paul Watzlawick denominó «paradojas pragmáticas», aplicable tanto a las relaciones interpersonales –por ejemplo, al decir al otro 'debes amarme'–, como a la comunicación política.
El ejemplo histórico clásico es el dilema planteado en Japón a los cristianos en 1616: si queréis evitar la pena de muerte, debéis abjurar de vuestra fe en nombre de Cristo. Así, si no abjuraban morían; al confirmar su creencia al abjurar, también eran ejecutados. No había escape. Responde al mismo esquema la regla básica de comportamiento en el comunismo estaliniano, de aplicar sin reserva alguna las órdenes del partido y al mismo tiempo deber aplicarlas creativamente, eligiendo la opción más acertada. Cualquier disociación entre ambos criterios llevaba a la condena del militante.
La iniciativa agresora de Putin sobre Ucrania se movió siempre a la sombra de sus paradojas pragmáticas. Una vez desplegada la amenaza de sus más de 100.000 hombres en la frontera de un país independiente, la formulación de las exigencias rusas olvidaba este pequeño detalle, justificándolas por el cerco de la OTAN y dando por supuesto que Ucrania estaba ingresando en la organización, falsas verdades que alcanzaron una amplia audiencia, en España de Podemos a Juan Luis Cebrián. A partir de ahí, si EE UU/Europa/Ucrania no aceptaban el ultimátum, se hacían responsables de la «acción militar especial» –nunca la guerra– desencadenada el 24 de febrero.
Ahora la amenaza es mayor, dado el fracaso de las expectativas de una rápida victoria, cuando la resistencia ucraniana y la ayuda occidental abren la posibilidad de una derrota rusa. Más allá del plano militar, interviene la condena del invasor en la imagen pública: la criminalidad del ataque de Putin ha quedado rubricada por el reiterado bombardeo de ciudades, las prácticas genocidas sobre la población civil, no solo en Bucha, y el visible propósito de desmembrar Ucrania.
El salto hacia delante de una amenaza nuclear es la consecuencia lógica de la negativa a asumir la realidad por parte de Putin. Entra en juego otra vez la paradoja pragmática. La premisa consiste ahora en juzgar que la ayuda militar a Ucrania supone una agresión a Rusia, una cobeligerancia, a partir de la cual resultaría legitimada toda actuación, apuntando al uso de armas nucleares y aun a desencadenar la tercera guerra mundial. Dicho en plata, si yo te pego, y alguien te defiende, os destruyo a ambos. El agresor se convierte en juez, y su sentencia pone en tela de juicio la supervivencia de la Humanidad.
La paradoja pragmática se despliega ahora hasta las últimas consecuencias, y por ello también lleva al límite sus supuestos irracionales. Ejemplo: la acusación de nazismo del ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov, contra el presidente ucraniano Zelenski, quien tendría como Hitler (sic) «sangre judía». Antisemitismo abierto: lo que le faltaba a la retórica de agresión rusa. A partir de esa deshumanización radical al tratar de sus enemigos, Putin ofrece dos soluciones por boca de Lavrov: renunciar a la ayuda o mantenerla, «asumiendo el riesgo de un conflicto nuclear» que llevaría a la tercera guerra mundial. Es decir, rendición de Ucrania y de Occidente, o hacerse responsables de una destrucción mundial que prudentemente Rusia habría intentado prevenir.
Es el dilema del gánster: o me das el producto de tu tienda o te la destruyo poniendo una bomba. Así venía funcionando la Rusia de Putin. Recuerdo el caso de una importante marca de cava catalán, que tuvo que optar entre dar a la mafia el 15% del producto bruto o formar una guardia privada. Eligió lo segundo, pero el almacén fue asaltado un domingo, muertos todos sus defensores y los quioscos moscovitas rebosaron de cava. La marca no consiguió indemnización alguna ante un Estado servido por la mafia. Ahora el chantaje se plantea a otra escala, con las mismas reglas, desde el Estado-KGB.
Las posibles consecuencias son mucho más graves y han de ser tenidas en cuenta, recordando además que el ataque a Ucrania y a Europa, como en 2014 cuando Crimea, fue solo el primer paso para luego proseguir la ofensiva (Moldavia, países bálticos, retirada de la OTAN). Las débiles sanciones de la UE no han logrado sentar a Rusia en una mesa negociadora de la paz, que sería hoy la mejor barrera para detener la cuesta abajo hacia el 9 de Mayo que busca Putin, día victorioso a cualquier precio, coincidiendo con el triunfo de la URSS sobre Hitler. No la querrá. De no ser frenado, seguirá anunciando el abismo para todos.
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