![La paremiología](https://s1.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/202212/20/media/cortadas/79203124-kX6G-U190111341543GG-1248x770@Diario%20Vasco.jpg)
![La paremiología](https://s1.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/202212/20/media/cortadas/79203124-kX6G-U190111341543GG-1248x770@Diario%20Vasco.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
La paremiología –que es una asignatura que muchas veces recurre a muchas contorsiones de sentido para hacer que se la entienda– señala en fechas como ... esta cercana a las Navidades en las que estamos, ese término tan de costumbre del cambio de vida a fecha fija. En todo caso, lo que se hace para mejor mullir las palabras inútiles, se supone que nunca más allá de la costumbre se trata de tener entremanos el nuevo calendario, es decir, ese documento del futuro que, quien más o quien menos, piensa que pueda trepar día por día hasta su fin, momento en el que se engarzará con otro de parecido calado y, si es posible, suma que va sumando soñando, la imposible por convencida, conquista del infinito que hasta tanto puede llegar nuestro desatino.
De pronto, los escaparates de las librerías se llenan de calendarios de florescencia tan cautivadora por su élan particular, una como fuerza especial de naturaleza desbordante que tiene la virtud de trasladarnos en tiempos varios de un lugar a otro sin movernos para nada, la palinodia de la velocidad a los desiertos igual que en ese espectáculo teatral o de revista en el que uno se aposenta en su butaca y comienza el viaje: soles y nubes y estaciones y campos y casas y árboles perdiéndose en la lejanía tras nuestro paso, que me acuerdo de cómo cada negocio, cada tiendas grandes y hasta las no tanto, se honraban honrándonos a la vez con su calendario, que uno igual se hacía con media docena y no sabía qué hacer con tantos, aunque uno de ellos –supuestamente el mejor– se le colgaba en el lugar preferente de la casa, ese salón, sala, comedor, cocina, dormitorio, etc, por donde más transitaban sus gentes.
Calendarios que nos sirven para decirnos en qué fecha vivimos y nos recuerden costumbres, aunque a algunos lo que nos hacen recordar los actuales son aquellos sus antecesores que, colgados en lugares públicos, y dada la profusión de moscas que por aquellos tiempos revoloteaban hasta la llegada del DDT encontraban acomodo para sus cuidadosos aseos dejando muy a la vista sus estigmas.
Era, un poco, como el gesto del intrépido conquistador que alzaba en alto su pendón para reafirmar su voluntad de ocupación y victoria, el estandarte en relumbres de su ambición, el futuro allá en las cimas de aquel horizonte donde él veía su trono, su apetito de aventuras insaciables bordeando el cabo de todas las tormentas imaginarias de manera que la historia se mutara en leyenda.
Ese momento supremo de la elección esperaba su correspondiente milagro: el del acierto. El artífice del capricho sopesaba avatares de futuro y difícilmente olvidaba a uno de los inevitables habitantes, tan profusamente legionarios por multitudinarios como eran esas moscas que, si en el momento de la llegada de esos calendarios en pleno invierno, generalmente con la nieve llamando a las puertas, o el cierzo, o las granizadas heladoras haciendo de las suyas, no eran tan temibles porque por milagro biológico –por ellas bien sabido–, menguaban yéndose no se sabe ni cómo ni a donde y lo hacían prometiendo volver por la primavera, la de las lluvias tibias y generosas, la de los rayos del sol viril que a la estación del año correspondía.
¡Oh, la sabiduría inmensa de esas pocas moscas que eran las mismas pero que no lo parecían serlo del enjambre de aquellas que cantaron grandes poetas, digamos que las de Machado ('Vosotras, las familiares,/ inevitables golosas,/ vosotras moscas vulgares,/ me evocáis todas las cosas'), o las 'voraces' y 'pertinaces', feroces moscas de la agonía circense de Dámaso Alonso, que aún no estábamos en las moscas de abril sino 'rebotando en los cristales/ en los días otoñales' y aún más, helados los senderos y la tormenta nívea dominando de parecida manera oclusiva como en aquel relato de 'La nevasca' de Pushkin, una historia de amor con resabios hogareños, que elaboremos aquí un ortosentido que cubra afecciones.
Hay un espacio en la vida del hombre, largo o breve, en el que se vive en un impío campo de espera lleno de esquelas, que, obviamente, por inclemencias oxidantes imposibles de evitar y hasta de aventar, serán, como seremos, campos de esqueletos ya que de la esquela al esqueleto, la distancia es bien corta.
Son espacios contumaces en privarnos de todos los amigos, de dejarnos con nuestra soledad a cuestas aunque menos dolorosa pese a todo esta soledad que esa ausencia, en saber que, en cada amanecida, igual que el condenado que cuenta sus días con imperecedero masoquismo palote y otro palote y más palote, imposible su desmarque por ningún sueño, por ninguna esperanza.
Acaso es que aquellos calendarios de otros tiempos, tan ingenuos que no hacían otra cosa que ponernos en conocimiento de los meses, las semanas y los días, de los feriados y los laborales, de santos y santas, de costumbres y tradiciones.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.