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La amistad quedó hibernada durante sus años de cárcel y a lo largo del período en el que regresó a la militancia, ahora en el brazo político de ETA, una vez recuperada la libertad. Una noche nos tropezamos en un bar de Malasaña. Estaba acompañado ... por Ramoncín y tras un cordial saludo me dijo: «¿Cuándo nos vemos?». Mi respuesta cortó la conversación: «Te querría (sic) mucho, si dejaseis de matar». Por fortuna, la historia no terminó ahí. Sin que pasara mucho tiempo, el atentado de Hipercor suscitó su radical oposición, de modo que exigió un debate interno, al tiempo que recomendaba a las fieras «que se tomasen unas largas vacaciones». El vértice de ETA respondió según cabía esperar.
Fue expulsado con obligación absoluta de silencio. Le quedaba solo el escaño de diputado en el Congreso, y gracias a ello pudo reanudar, con la amistad, los lejanos estudios en la Universidad Complutense e incluso redactar una tesis sobre el conflicto de Nicaragua donde defendía el fin de la lucha armada acordado por los nicas. Luego, la historia dio otro giro de 180 grados, pero el episodio descrito vino a probar por sí solo que era posible enfrentarse a la barbarie del terror, sin renegar de la ideología. La precedente evocación cuestiona la tendencia a trivializar como algo inevitable la cascada de homenajes a los presos liberados de ETA. Ha llegado a decirse que forman parte del paisaje vasco y que carecen de importancia una vez que se dio lo esencial: la derrota del terrorismo etarra por parte del Estado. Es esta última una observación acertada.
Tenemos sobrados datos acerca de la indiferencia con la que el líder de la mutación política de ETA acogió crímenes tales como el asesinato del periodista José Luis López de Lacalle en Hernani, como para pensar que el tránsito hacia la actuación legal, una vez dinamitadas las conversaciones de Loyola, fue abierto por la percepción de la derrota en ciernes. Puro pragmatismo. Solo que la primera parte del juicio es más discutible. Aun cuando la sucesión de bienvenidas de masas no implica que ETA vaya a renacer de sus cenizas como fábrica del terror por efecto suyo. Su significado es otro. De natural, nada; de sabiniano, todo.
Ortega y Gasset afirmó que en las creencias se está, mientras que las ideas se tienen. La experiencia de los dos últimos siglos viene a probar que las ideologías son más resistentes de lo que pudiera sugerir su asociación a corrientes intelectuales y a movimientos políticos determinados. Entre nosotros, el carlismo resurgió en julio del año 36 como si hubiese sido ayer cuando Don Carlos se refugió en Francia. El nacionalismo sabiniano, ya reducido a corriente minoritaria en su propio mundo, fue aplastado militarmente por Franco y sobrevivió hasta reencarnarse en ETA un cuarto de siglo más tarde. Ese sector es el que hoy representa EH Bildu. Es un fenómeno de persistencia ideológica observable en otros lugares, como en Polonia y Hungría, antes en Serbia y Croacia, e incluso con metamorfosis de adaptación al presente, en el posfranquismo de Vox.
El caso de las exrepúblicas yugoslavas tiene particular relevancia, al mostrar cómo volvió a escena el impulso de aniquilamiento del otro, y del terrorismo como medio, después de casi medio siglo de paz del mariscal Tito. La supervivencia de una ideología del odio llevó a activar la ejecución de prácticas genocidas: «Os destruiremos», anunció Karadzic al líder musulmán en el Parlamento bosnio. Dicho y hecho. Consecuencia: el riesgo de la vuelta a la violencia solo es conjurado si desde el propio movimiento tiene lugar la rectificación a fondo, como ocurriera transitoriamente en el caso de mi amigo de ETA, o como sucedió con el núcleo fundacional de las Brigadas Rojas en Italia.
La vía de Otegi, EH Bildu y los 'ongi etorris' no sigue ese camino. El liderazgo de Otegi pudo abordarlo con éxito tras salir de la cárcel. Pero no tenía alma de Nelson Mandela y ha preferido instalarse en la contradicción entre la mirada al futuro, que le sirve para eludir las responsabilidades del pasado, y el mantenimiento de ese pasado, por lo que concierne a ETA, a través de la glorificación de quienes protagonizaran el terror, al parecer sacrificados por su patriotismo. Mártires y no verdugos. Lamenta «el sufrimiento» de todas las víctimas, añadiendo una cláusula espeluznante: «Haber producido más dolor del necesario y del que teníamos derecho a hacer». Así que ETA estaba legitimada y solo le faltó no excederse en el crimen para ser perfecta. Es obvio que a partir de aquí Otegi puede presentar todo 'ongi etorri' como acto de amor y no como celebración en que los herederos políticos del terror impulsan un sentido de la comunidad propio del totalitarismo horizontal. Su objeto no es otro que consolidar la camisa de fuerza política asumida aún hoy por la sociedad vasca rural. Celebramos el centenario de Primo Levi y su advertencia es aplicable al caso: «El responsable del terror no puede ni debe blanquear su memoria». Porque la barbarie puede volver, y los conflictos no faltarán a medio plazo. Presentar como héroes del pueblo a responsables probados de una era trágica no es una cuestión festiva de pintxos y potes. Antes de aceptar la abstención positiva y humillante de EH Bildu en Navarra, la presidenta del PSN hubiera debido ponerles las cosas más difíciles, encarando la realidad de hoy.
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