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Imaginemos un bosque frondoso, rebosante de vida, donde cada árbol crece fuerte y erguido, cobijando a una fauna y flora diversas. La luz se filtra entre las hojas creando un mosaico de luces y sombras, y el aire vibra con el canto de los pájaros. ... Este bosque es un microcosmos de armonía, un reflejo de la sociedad cuando está libre de los pecados sociales que la corroen: la envidia, la avaricia, el egoísmo, la vanidad...
Una serpiente sigilosa que se desliza entre las ramas, susurrando mentiras y sembrando discordia. Se manifiesta en las miradas viperinas que juzgan, en los comentarios hirientes que buscan derribar, en las calumnias que envenenan la reputación. La envidia marchita la confianza, erosiona la autoestima y envenena el alma. Se manifiesta de mil maneras, desde la sutileza de una mirada cargada de rencor hasta la brutalidad de un sabotaje profesional.
La envidia se disfraza de crítica mordaz, de comentarios sarcásticos y de burlas hirientes. Vemos en los logros de los demás una amenaza a nuestra propia valía, y en lugar de celebrar sus éxitos, los saboteamos con rumores y calumnias. La envidia se esconde tras las puñaladas traperas, las intrigas políticas y las zancadillas oportunistas. Un compañero de trabajo asciende y lo percibimos como una sombra a nuestra propia luz, un obstáculo en nuestro camino hacia la cima. En lugar de aprender de sus logros y esforzarnos por mejorar, buscamos derribarlo para recuperar nuestro sentido de superioridad. Un árbol retorcido cuyas raíces crecen desmedidamente, absorbiendo la vida de los demás.
Un hongo parásito que se aferra a los troncos, impidiendo que otros broten y crezcan. En las relaciones, se manifiesta en la indiferencia hacia el dolor ajeno, en la falta de empatía que nos vuelve ciegos al sufrimiento de los demás, en la apatía que nos impide tender una mano amiga. El egoísmo nos aísla en una burbuja de soledad, privándonos de la riqueza de la conexión humana.
En este bosque, también florece la vanidad, una flor entusiasmada con sus pétalos. Desde la arrogancia que desprecia a los demás, en la egolatría que se ciega ante los propios defectos, en la ostentación que busca la aprobación ajena a costa de la propia autenticidad. La vanidad es un árbol hueco por dentro, cuyas ramas se extienden buscando aplausos y reconocimiento, pero que no pueden dar sombra ni cobijo a nadie.
Los pecados sociales se disfrazan de meritocracias mal entendidas. Cuando una mujer asciende a un cargo de liderazgo, las mentes suspicaces se activan, buscando explicaciones que van más allá de su propio mérito. «¿Cómo lo habrá conseguido?», se preguntan, susurrando rumores y creando narrativas que cuestionan su capacidad y esfuerzo. La imagen de la mujer «trepadora» o «amante» se cierne sobre ella, empañando su trayectoria y relegando sus logros a la sombra de la duda. La sociedad en la que vivimos, a pesar de los avances, aún está impregnada de sesgos inconscientes que perpetúan la desigualdad de género. Estos sesgos, presentes tanto en hombres como en mujeres, nos llevan a asociar ciertas habilidades y cualidades con uno u otro género.
Este sesgo, junto con la discriminación directa y las barreras estructurales, crea el conocido techo de cristal para las mujeres en el ámbito profesional. A pesar de su talento, preparación y experiencia, encuentran dificultades para ascender a los puestos más altos de las organizaciones. La envidia, en este contexto, se convierte en un arma más para mantenerlas relegadas a un segundo plano.
Este tipo de pensamiento no solo daña a la persona en cuestión, sino que también perjudica a la sociedad en su conjunto. Al obstaculizar el progreso de los más talentosos y capaces, nos privamos de su potencial para contribuir al bien común. Nos condenamos a la mediocridad, incapaces de alcanzar nuestro máximo potencial.
En lugar de enfocarnos en nuestro propio crecimiento y desarrollo, nos obsesionamos con los logros de los demás, consumiéndonos en una espiral de negatividad.
Debemos luchar contra la maleza, identificar las malas hierbas, enfocarnos a avanzar y mejorar. Con tiempo, con remedio, buscar en nuestro interior el desarrollo y esfuerzo, alejar la negatividad. De lo contrario, lo que espera en alguna madriguera, es alguien dispuesto a quemar un conejo, para que este salga corriendo, quemando con el todo el bosque.
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