El día de Nochebuena, como años anteriores, volví a recibir señales de Paco: «Paz, amor y felicidad para ti y para todos tus seres queridos». El deseo de paz nunca ha desaparecido de sus mensajes. Francisco Ruiz es el expolicía municipal de Galdakao que recibió ... doce balazos en el atentado contra el entonces alcalde de la localidad vizcaína, Víctor Legórburu, asesinado por un comando de ETA del que formaba parte José Antonio Urrutikoetxea 'Josu Ternera'. Paco sobrevivió a la balacera, pero nunca superó el rechazo de una sociedad acobardada que le empujó a regresar a su Valdepeñas natal, donde ahora batalla contra una enfermedad despiadada. La indiferencia de sus vecinos le hizo más daño que las balas. Paco era amigo de mi hermano Julio, testigo de aquella emboscada, aunque no se enteró hasta varias horas después de quiénes eran las víctimas. Yo era amigo desde la infancia de Carmelo, hermano del agente local. Nuestros padres, Amancio y Julia los míos, Pascual y Atanasia los suyos, fueron vecinos, puerta con puerta, durante muchos años, en el barrio de La Dinamita, un poblado para trabajadores de la fábrica de Unión Explosivos Riotinto en Arkotxa (Zarátamo). Eran tiempos duros, pero había mucha generosidad y solidaridad entre las familias.
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Nuestros padres compartían el riesgo de un trabajo en el que se manejaba nitroglicerina, pólvora, dinamita, éter y alcohol. Cartuchería y material de guerra. Pascual murió en una explosión de mil kilos de goma 2 en el verano de 1974 en las instalaciones; mi padre sobrevivió a aquella catástrofe que segó 22 vidas. Paco ya se había independizado y, tras dejar el oficio de fontanero porque el plomo le afectaba a las manos, había conseguido un puesto de policía municipal en el Ayuntamiento de Galdakao. Solía acompañar al alcalde, al que yo conocía por mi trabajo como becario en la sección de Local de El Correo. Una fría mañana de febrero de 1976 ETA acabó con la vida del regidor y dejó malherido al agente. ¿Fruto de un análisis político?
Ese es el argumento que de manera machacona utiliza 'Josu Ternera' en el documental firmado por Jordi Évole para justificar tanta historia de sangre, de la que nunca ha renegado. Después de devolver la felicitación navideña a Paco decidí ver en Netflix la entrevista al que fuera una de las piezas claves de ETA en los años más sangrientos de la banda terrorista. Alguno de mis acompañantes no aguantó tanta sobredosis de cinismo y desertó del documental, en el que el antiguo jefe de la organización exhibe un rostro frío que hiela el alma. Solo le brillan sus ojos escrutadores cuando recuerda la compra por 500 francos de su primer arma, una concesión al entrevistador para impregnar de un supuesto romanticismo su insoportable discurso. «Solo la utilicé para defenderme», musita, desentendiéndose de los sanedrines de la muerte en los que se fijaban los objetivos.
'Josu Ternera' nació un 24 de diciembre, una Nochebuena como en la que me felicita Paco, en el seno de una familia muy católica. 'Euskaldun fededun', vasco y creyente, una identidad moral que se resquebraja a pasos agigantados. La de Urrutikoetxea se evaporó hace ya muchos años. En su adolescencia era de misa casi diaria, acostumbraba a pasar por la iglesia a primera hora de la mañana antes de ir a estudiar. Luego cambió el catecismo por la Parabellum cuando se asilvestró en una camada que se movía por el Alto Nervión vizcaíno. Con 17 años ya estaba en ETA. Toda una vida oficiando en el altar de la patria, una patria que exigía sacrificios humanos. Todo por el pueblo y por el pueblo, aunque la mayoría del pueblo les diera la espalda, en un despotismo de nuevo cuño convertido en totalitarismo.
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Mis profesores de Ciencias Políticas defendían aquello de que había que institucionalizar el conflicto para sacarlo de la calle. Algo que cobra sentido con la izquierda abertzale. ¿Y para cuándo el reconocimiento sincero del daño causado, de que ETA nunca debió existir, de que matar estuvo mal? La corriente social buenista predica que no hay que atosigarles. Que hay que olvidar. Por supuesto. Pero no se puede borrar el pasado, no se pueden hacer tachaduras en la historia de este país cerrándola en falso.
Qué vergüenza recordar que hubo un día en el que 'Josu Ternera' ocupó un escaño y fue miembro de la Comisión de Derechos Humanos. Con el beneplácito de partidos de gobierno, ofuscados en una realidad paralela y sin capacidad para leer el entorno social en su conjunto. Si entonces fuimos capaces de digerir aquella burla macabra, ahora masticamos lo que nos echen. Esta misma Nochebuena he escuchado al papa Francisco advertir sobre el «riesgo de vivir la Navidad como una idea pagana de Dios» en referencia a la idolatría del consumismo. Lo mismo se podría aplicar a Euskadi donde se corre el riesgo de vivir una memoria 'pagana', para nada auténtica, con una imagen falsa de normalización y de convivencia. ¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!
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