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Giputxirene ·
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Giputxirene ·
La diferencia con el pasado es que la comunicación directa y táctil entre las personas se sustituye ahora por una forma mediada por la funcionalidad maquinalHubo un tiempo en que millones de gentes se complacían sintiéndose masa, cuerpos colectivos envueltos en banderas patrióticas o ideológicas guiados por un líder visionario ... y carismático que fijaba el rumbo hacia la utopía. De burgueses y de decadentes era entonces esgrimir ideas propias o proyectos individuales de espaldas a la gran obra histórica que estaba en marcha.
La era del 'hombre masa' acabó en catástrofe poniendo de evidencia que las nobles aspiraciones de igualdad y de comunidad también podían alfombrar el camino hacia el infierno. «No digamos que el mundo es absurdo, sino que lo absurdo es la posición del hombre en él», concluyeron los existencialistas de la posguerra mundial. Es decir, no es que deseemos ser libres, es que no nos cabe otra opción: condenados a la libertad, somos responsables de nuestro destino. Desgajado de la masa, el individuo caía en la melancolía.
Terminando los años cincuenta se llamó a renegar del existencialismo como cosa de literatos heridos por una guerra ya superada. La nueva racionalidad científica revelaba que, a fin de cuentas, lo humano podía reducirse a un asunto físico-químico. No hay sujetos en última instancia. Se proclamó la muerte del hombre y todo se convirtió en estructura, desde los sueños eróticos hasta el horóscopo. Si un estructuralista te llamaba 'humanista', podías considerarte insultado.
Tantas y tan frías intelectualizaciones dejaron a los jóvenes de los años sesenta huérfanos de sueños. Algunos se levantaron contra los mandarines de las ciencias sociales con ingeniosa ironía: «¡Las estructuras no salen a la calle!». Es lo que aquellos hicieron reverdeciendo ilusiones por deconstruir los viejos valores y derribar las apolilladas autoridades. La paradoja fue que los rebeldes sesentayochistas prepararon el alumbramiento de la sociedad de consumo y el pensamiento ultraliberal.
Por esa vía alcanzamos el presente donde el cambio tecnocultural entraña una nueva explicación del mundo basada en las redes, los ordenadores, las conexiones, las posibilidades infinitas de la inteligencia artificial... La gran diferencia respecto al pasado es que la comunicación directa y táctil que vehiculaba las relaciones entre las personas se sustituye ahora por una forma conectiva y mediada por la funcionalidad maquinal. Hay quien ve en ello una vuelta al 'hombre masa' que se reconforta sumergiéndose en un cuerpo colectivo que le anima a engordar unanimidades en la ceremonia de la confusión de un tiempo en el que sobran los escrúpulos narcisistas y se echa falta algo más de empatía.
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