Año nuevo, la vida misma. ¡Hay tantas cosas a las que no afecta el cambio de taco! Desde el maldito virus a la rampante tarifa eléctrica, del achacoso planeta a la imparable desigualdad, pasando por alto al zarramplín de Pablo Casado que amenaza con seguir ... espumarajeando. Lo sentenció el sapiencial Eclesiastés hace veintipico siglos: «Lo que fue, eso será; y lo que se hizo, eso mismo se hará: no hay nada nuevo bajo el sol». Que William Faulkner tradujo a llana vivencia: «El sol brilla y nunca sucede nada, y antes de que te des cuenta tienes 60 años» (los de la cosecha del 62 pronto lo podrán constatar).
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Año nuevo y un año más viejos. Aun con matices: pues así como en térmica se distingue entre temperatura objetiva y sensación subjetiva, igualmente nuestra edad no siempre coincide con la autopercepción. Investigaciones recientes han revelado que el 60% de la ciudadanía se siente más joven de lo que dice su deneí. La brecha empieza a abrirse en la treintena, crece de forma importante en la cuarentena y a partir de los cincuenta consideramos 'personas mayores' a quienes tienen diez años más que yo. En el caso de las mujeres, el espejo les devuelve su imagen con cinco años menos (frente a los cuatro de media en los varones), como queriendo dar razón de la efectividad, al menos psicológica, de esas modernas técnicas de nombre tan paradójico como 'antiedad'.
El doctor Julián de Ajuriaguerra afirmaba que a partir del primer año de vida ya todo es Geriatría. O sea, que superados los riesgos de la etapa lactante el patrón biológico queda fijado y empieza la obsolescencia. Precisamente 'La obsolescencia del hombre' es el título de un monumental ensayo con el que Günther Anders sacudió las conciencias en la década de los cincuenta al denunciar que el humano de la era industrial, acomplejado ante al poder de sus artefactos, había sucumbido a la 'vergüenza prometeica'. Extremo incuestionable una vez admitida la insignificancia de la inteligencia natural respecto de la artificial y que nuestro porvenir pasa por hibridarnos con las máquinas, el transhumanismo. Tras las 'bajadas de moto' que nos asestaron Copérnico, Darwin y Freud, la tecnológica es ya la cuarta humillación de la especie.
En definitiva, año nuevo y tan extraviados como siempre. Veámoslo por el lado positivo: la capacidad y la desazón de sentirnos perdidos es tanto el trágico destino como el ilustre privilegio de la condición humana, en palabras de Ortega. Nada nuevo bajo el sol, vale, pero urte berri on!
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