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El papa Francisco acaba de canonizar a Titus Brandsma, sacerdote carmelita y profesor de Filosofía neerlandés. También era periodista, el primero beatificado en la Iglesia. El religioso fue un firme defensor de la libertad de prensa y se enfrentó a la ocupación nazi. Se negó a expulsar a los niños judíos de sus escuelas y a insertar propaganda del nacionalsocialismo alemán en las publicaciones que coordinaba. Le costó la vida. Fue detenido y enviado al campo de concentración de Dachau, cerca de Münich, donde fue asesinado por agentes de la Gestapo.
Brandsma era experto en la historia del misticismo. Precisamente, su figura y martirio centran este julio la homilía del padre Juan Antonio Marcos Merino, profesor de la Universidad de Comillas y vicedirector del Centro Internacional Teresariano Sanjuanista de Ávila, conocido como la Universidad de la Mística. «La verdad siempre tiene consecuencias», proclama ante el nutrido grupo de periodistas y familiares que han viajado a la capital abulense para celebrar la reunión anual de la asociación de amigos de Manuel Unciti, sacerdote de San Sebastián y maestro de periodistas. «La verdad aunque duela» era la máxima de aquel intelectual y humanista vasco, fallecido hace ocho años.
El padre Marcos insiste en el periodismo de escucha, el periodismo que no se queda con la espuma y trata de detectar los movimientos subterráneos que tantas veces pasan desapercibidos en estos tiempos de sociedad líquida. El periodismo riguroso, atento a la recomposición de nuestra vida democrática. El periodismo plural que busca lugares de diálogo más allá de las diferencias ideológicas y de las inercias miltaristas con tambores de OTAN. El periodismo independiente que sitúa en su lugar la batalla cultural establecida sobre concepciones identitarias, también en el ámbito religioso pese al desapego rampante. El periodismo comprometido que predicaba Uniciti en los púlpitos seculares.
La visita a Ávila incluye un paseo por las iglesias extramuros, entre ellas la basílica de san Vicente, que exhibe músculo en su portentosa portada cobijada en una fachada de lenguaje protogótico. El guía nos indica el tímpano semicircular en el que se narra la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro. Los canteros esculpían en piedra las historias potentes. Los periódicos recogían estos días las cifras de la pobreza que aporta Cáritas, y las que destaca Naciones Unidas: 828 millones de personas no tuvieron alimentación suficiente en 2021. Tremendo. El periodismo, además de mostrar los rostros de la miseria en una sociedad con capacidad para colmar todas las mesas, también tiene que promover un debate serio sobre un modelo económico agotado y obsoleto.
El programa del fin de semana incluye una parada en Arévalo, a la que se llega por la ruta de La Moraña por un mar amarillo de sembrados de cereal, descritos por Camilo José Cela y cantados por Lope de Vega. Esos campos que encandilaron a los pensadores de la Generación del 98, a Unamuno entre ellos, y estimularon su conciencia crítica en unos momentos, también, de descrédito de la política. Sobredosis de mozárabe y la huella del adolescente Iñigo de Loyola en la corte de los reyes de Castilla, acogido en la casa del contador mayor. El cronista local, Ricardo Guerra, nos resume quellla etapa tan poco conocida de quien luego se convertiría en santo universal.
El colegio que un día llevó el nombre del fundador de la Compañía de Jesús está casi en ruinas en espera de formar parte de un ambicioso poyecto que merece ser destacado. 'Collegium' ha puesto la primera piedra para levantar un centro de arte e investigación, un museo del siglo XXI en la España casi vaciada. Y ya experimenta en la iglesia de san Martin con la muestra 'Sustancias', en la que los caprichos de Goya dialogan con creaciones modernas y contemporáneas. Toda una experiencia intuitiva en un espacio religioso donde se superponen los elementos sagrados y profanos.
Su promotor, el coleccionista Javier Lumbreras, habla de que la capacidad de sentir el arte estriba en aprender a descodificar los mensajes. Sobre las creaciones artísticas modernas, en un retablo dorado, destaca la imagen de san Martín, despojándose de su capa para entregársela a un mendigo. Ese mensaje de amor al prójimo, de misericordia en tiempos de codicia, tiene más vigencia que nunca cuando los periodistas recogemos la muerte de inmigrantes ahogados en el Bidasoa o asfixiados en un camión en Texas. O apaleados como invasores junto a la valla de Melilla. Mueren cuando buscan la forma de vivir. «Las fronteras matan», clama Cristóbal López Romero, cardenal arzobispo de Rabat. Huellas infames del siglo XXI que no quedarán esculpidas en las portadas de las catedrales, pero sí archivadas en las hemerotecas digitales para vergüenza de nuestra generación.
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