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El Gobierno tuvo un gran éxito de imagen al informar sobre el avance del coronavirus y vuelve a alcanzar una aprobación muy mayoritaria en la opinión pública al decretar el estado de alarma, que representa un giro copernicano de dos vueltas respecto de los mensajes ... tranquilizadores que vinieron dominando hasta el domingo 8. Por supuesto, no es ahora tiempo para poner en cuestión la autoridad de quien por fin ha elegido la vía de la razón, pero sí lo es, de cara al futuro, para hacer balance de un desastre no deseado por Sánchez, pero sí provocado conscientemente por él al haber dado prioridad hasta ese domingo a otros objetivos, ajenos a la pandemia que fue disfrazada por mucho tiempo de enfermedad. En una palabra, olvidó los intereses de los ciudadanos en una crisis donde contaba con suficientes datos para una elección racional, a la vista de los antecedentes de Italia y Francia.
Para explicar ese éxito en el fracaso hay que contar con el buen funcionamiento de la orquesta del Titanic. Contó con un comunicador óptimo para las informaciones diarias por TVE, Fernando Simón. Su atuendo y el gesto rebosaban de informalidad y sentimiento de cercanía, en las antípodas del envaramiento habitual en los cargos públicos. Sin traje, ni corbata, con el pelo revuelto, siempre con una sonrisa hacia quien le formula una pregunta o cuando lee algún dato positivo. El hombre venía además en línea directa del ámbito de la ciencia, lo cual reforzaba la impresión de veracidad. Si las cosas van mal, «lamentablemente» y hay muertos, la expresión es compungida y la palabra apunta a los grupos de riesgo. Y hasta el fin de semana pasado, mensajes tranquilizadores; incluso al empeorar la situación el sábado, no se daba de entrada la cifra de afectados, se hablaba primero de una orden religiosa y del trabajo ejemplar de los sanitarios, y luego para no mirar de frente a la multiplicación de los casos, estos eran enumerados pausadamente, y con vuelta atrás al primero si había alguna duda, antes de entregar las cifras totales de España y medir el crecimiento.
Hasta el 8M, todo iba relativamente mejor en el mejor de los mundos. El drama de Italia servía de paraguas. Inútil guardar distancias o usar guantes en instituciones culturales (Biblioteca y Archivo Histórico Nacionales: experiencia personal). Sobre todo la celebración de las grandes manifestaciones del 8-M fue abordada como si reunir a cien mil personas intercambiando besos y abrazos fuera la cosa más inocua del mundo. Ni Gobierno ni organizadoras hicieron caso a la advertencia de la Agencia Europea de la Salud. A ver quién se atrevía a incomodar a las líderes políticas del evento. Apenas fue indicado que quienes sintieran los síntomas de la enfermedad se abstuvieran de manifestarse. Del nivel de falta de preparación dio noticia esa misma noche la llegada a Barajas de viajeros procedentes de Malpensa (Milán), abrazados por sus familiares y sin control tras el desembarco.
Una vez pasado el festejo del 8M, el Gobierno tuvo que girar ciento ochenta grados y anunciar la gravedad de la situación, como si esta viniera de la noche anterior. La consecuencia fue también la esperable: una reacción de inseguridad en los ciudadanos que se lanzaron a acaparar productos en los supermercados. Hasta hoy. Es la mejor prueba de la deficiencia informativa precedente. Entretanto, Fernando Simón exhibía unas curvas de previsión, por si todo funcionaba «naturalmente» y luego «había suerte» (sic). Y en esto llegó el mazazo, y se acabó la diversión.
Puestos a leer literatura sobre el tema, más que 'La peste' de Camus es recomendable una novela clásica italiana, 'Los novios' de Manzoni, que cuenta la gran peste de Milán de 1630, apoyándose en los relatos de la época. Unos soldados alemanes apestados crean la catástrofe. La decisión de cerrar la ciudad se produce con retraso y luego tiene lugar el explicable rechazo de buena parte de la población y sus médicos a admitir que se trata efectivamente de la peste, con lo cual la difusión se vuelve exponencial. Ayudan también las autoridades españolas, organizando un gran festejo para celebrar el nacimiento de un hijo de Felipe IV. En los largos meses de duración de la epidemia, el hundimiento demográfico de Milán será trágico. Las medidas paliativas llegaron tarde, y además respondían a la ausencia total de medios, propia de la época.
Ahora, las mismas están al alcance de la tecnología actual, pero debieron entrar en vigor antes, en todos los órdenes. En vez de atender a la política de imagen, habría sido mejor que el Gobierno se entregara desde enero a un análisis de la realidad perfectamente posible, dados los antecedentes de Francia, Italia y China. Ahora toca unidad. Luego, responsabilidades.
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