El barón Haussmann, afamado urbanista y prefecto de París durante el Segundo Imperio (1852-1870), admitió que más de la mitad de su población sobrevivía «en un estado de pobreza cercano a la indigencia», a pesar de trabajar una media de once horas al día. ... Será esa masa de desheredados la que proclame la Comuna en la primavera de 1871, hace ahora 150 años, saldada con una masacre que ilustra de lo que son capaces ciertos poderosos cuando se ven amenazados en sus privilegios.

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Tras la derrota francesa en la batalla de Sedán, los prusianos avanzaron hasta París y la cercaron. Este primer asedio, que la ciudad resistió durante uno de los inviernos más fríos de los que hay registros, sería prolongado con un segundo sitio, esta vez dirigido por las tropas de la República, los llamados 'versalleses', que, temerosos del contrapoder popular y con el recuerdo aún fresco de la Revolución francesa, intentaron cortar de raíz el intento por establecer un sistema de igualdad democrática, justicia social y solidaridad.

Derechos que hoy a la mayoría nos parecen naturales, a ojos de los sensatos burgueses de entonces equivalían a caos y anarquismo: creación de sindicatos y consejos de empresa, acceso universal a la educación y a la enseñanza laica, protección de la infancia, igualdad salarial sin distinción de sexos y otras medidas encaminadas a la emancipación de la mujer. Precisamente ellas serían el gran chivo expiatorio de la violenta venganza, con las 'petroleras' como emblema de la represión. Mujeres retratadas como «furias hirsutas y greñudas que siembran la desolación por donde pasan provocando incendios». El medio vasco Lissagaray, principal cronista de la Comuna, dio testimonio de la criminal coartada: «Toda mujer pobremente vestida llevando una botella de leche, una marmita o cualquier otro recipiente podía ser acusada de petrolera, empujada contra una pared y fusilada». Los historiadores han probado la fabricación artificial de la revolucionaria pirómana por parte de los represores.

Tras la 'semana sangrienta' de finales de mayo, cientos de mujeres dieron con sus pobres vidas en manicomios donde servirían de cobayas para 'estudios' médico-psicológicos sobre la insumisión política como causa del trastorno mental: se buscará asociar la rebeldía con la enajenación, igual que luego se hará con la etiqueta 'terrorista'. Hoy sabemos que las más sangrientas cosechas de terror y las peores locuras no emergen de los bajos fondos sino más bien de las altas instancias.

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