Pies, para qué os quiero
El oficio de vivir ·
La sal de la existencia está en la curiosidad por lo que pueda venir en esta aventura sin finalidad ni sentidoSecciones
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El oficio de vivir ·
La sal de la existencia está en la curiosidad por lo que pueda venir en esta aventura sin finalidad ni sentidoUna paseante sale de casa para darse un garbeo. Toma una dirección cualquiera, al azar; llegando al primer cruce, ha de elegir punto de fuga. Tira hacia un lado, pero al cabo de unos pasos el escaparate de un comercio llama su atención: cambia de ... acera y modifica su itinerario. Luego, una calle cortada por obras le obliga a desviarse y, al doblar la esquina, se topa con una amiga a la que decide acompañar a un recado. Cuando se despida de ella se percatará de que, inopinadamente, se encuentra en un lugar al que nunca pensó llegar.
Comparaba Robert Musil el discurrir humano con esa caminante sin meta concreta quien, por un encadenamiento de pequeñas decisiones, se va desplazando de un punto a otro hasta desembocar donde no imaginaba. Se trata de una percepción de la historia bastante más modesta, pero también más realista, que la de las 'grandes narrativas' fundamentadas en conceptos trascendentales como Destino, Misión, Progreso, Emancipación, etc. Una visión que nos sitúa como protagonistas de una aventura en el tiempo carente de finalidad o de sentido último, donde importa orientar bien nuestros pasos para no andar como pollos sin cabeza.
Así como cuando una novela nos atrapa deseamos seguir leyéndola para conocer la continuación de la trama, la sal de la existencia está en la curiosidad por lo que pueda venir. Sin un fin ni individual ni colectivamente prefijado, no queda sino permearse a lo contingente: cuando menos lo esperamos ocurre lo imprevisto. Expectativa que puede resultar excitante o inquietante, depende, porque lo habitual ha sido que la liebre salte en forma de catástrofe y que la tostada caiga por el lado de la mantequilla. Pero en la historia siempre ha existido lo improbable y se producen acontecimientos felices, no solo fatalidades. No es seguro que todo vaya a ir bien pero tampoco es descartable que así sea. Si ponemos de nuestra parte, si actuamos constructivamente, quizá tengamos la oportunidad de encontrar la buena vía. A esto lo llamamos esperanza.
Robert Musil, que asistió a la llegada de Hitler al poder en Alemania, advertía contra el pesimismo y el desfondamiento social por lo que tienen de expresión no tanto de una falta de sentido cuanto de una ausencia de dirección que oriente las fuerzas de manera convergente. Quizá estemos atravesando por un momento semejante. Lo malo no es que caminemos sin saber adónde, sino que ya dudamos hasta de nuestras piernas: ¿sirven para avanzar o solo para tropezar con nosotros mismos?
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