La hora prófuga
A la última ·
Supongo que este domingo habrá sido terrible para el relojero del Palacio Real, que seguramente haya acabado su jornada laboral con tendinitis y daños de pronóstico reservado en el túnel carpianoA la última ·
Supongo que este domingo habrá sido terrible para el relojero del Palacio Real, que seguramente haya acabado su jornada laboral con tendinitis y daños de pronóstico reservado en el túnel carpianoHa salido el sol y hemos cambiado la hora. La vida, como decía Andrés Montes, puede ser maravillosa. Supongo que este domingo habrá sido terrible ... para el relojero del Palacio Real, que seguramente haya acabado su jornada laboral con tendinitis y daños de pronóstico reservado en el túnel carpiano, aunque yo agradezco esta modesta carrerita hacia el futuro: resulta que a las dos ya eran las tres. Alehop. De joven yo me comía esos sesenta minutos casi sin darme cuenta, con una cerveza en la mano, yendo en procesión de bar en bar, pero ahora lo hago de una manera mucho más útil y consciente: tumbado en la cama sobre dos almohadas, con un libro en la mesilla y probablemente roncando. Ahí se aprecia el paso del tiempo y la fugacidad de las vértebras cervicales.
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Es esta una hora fugitiva y prodigiosa. ¡Necesitamos más horas de este estilo! ¡Huyamos como la peste de las ocho de la mañana, de las cinco de la tarde, de las diez de la noche, todas esas horas terribles, burocráticas y sanguinolentas! De dos a tres Netanyahu no ha podido bombardear Gaza, Trump no ha puesto ningún arancel, Putin no ha lanzado misiles sobre Kiev, María Jesús Montero no ha dicho ninguna barbaridad, Pedro todavía no ha comprado esos tanques que, para no ofender a los socios, tal vez acabemos contabilizando en el epígrafe «piruletas y caramelitos para la paz». A Feijóo, sin embargo, el cambio no le habrá afectado gran cosa porque Feijóo parece vivir siempre de dos a tres, con esa existencia dubitativa y fantasmal que recuerda mucho a la de los habitantes de Castroforte del Baralla, la ciudad gallega que, según Torrente Ballester, a veces desaparecía entre las brumas. Quién pudiera.
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