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Tras leer los diferentes informes enviados por las iglesias de San Sebastián, Vitoria, Bilbao, Pamplona y los de diversos colectivos como respuesta a la consulta ... abierta el pasado octubre por el Papa Francisco en la primera fase del Sínodo mundial sobre cómo 'caminar juntos', constato una fuerte discrepancia entre ellos. La discrepancia es normal en cualquier colectivo humano. Pero se ha visto reforzada y convertida en una dura división por los nombramientos de unos obispos que presentaban una mayor sintonía con las directrices que emanaban del sector más conservador del episcopado español, que con la necesidad de afrontar junto a los cristianos y cristianas de sus respectivas diócesis, los retos del momento, en fidelidad a lo dicho y hecho por Jesús. Pero no solo por eso. Creo que la división que constato se debe también a una distinta comprensión de lo que se entiende por 'practicante' en las diócesis del País Vasco, aunque no solo en ellas. Para los colectivos que se suelen tipificar como postconciliares, 'practicante' es quien conforme al programa del monte de las Bienaventuranzas o de la parábola del juicio final, da de comer al hambriento, visita al enfermo, se asocia con quienes se comprometen por la paz y la reconciliación y se posiciona en favor de los parias de este mundo. Pero para otros colectivos ser 'practicante' es, sobre todo, participar los domingos en la misa. Estos son conocidos como 'tradicionales'.
Si para los primeros, la eucaristía es importante porque permite mantener fresca y viva la identificación de Jesús con los últimos de nuestro mundo; para los segundos, la participación en la misa, o en alguno de los actos de piedad con ella vinculados, es el criterio definitivo. La Iglesia, suelen decir estos últimos, no es una ONG. Y no lo es por la centralidad que ha de tener la presencia sacramental de Jesús en la eucaristía («esto es mi cuerpo»), incluso por encima de su identificación con los últimos de nuestro mundo («lo que hicisteis a uno de estos más pequeños, a mí me lo hicisteis»). Sería injusto, además de falso, sostener que los 'tradicionales' no dan importancia a dicha identificación de Jesús con los pobres. Se la dan pero, muy frecuentemente, solo en clave de caridad y limosna y casi nunca en 0a de justicia, es decir, no prestando la debida importancia a un criterio que, clásico en la tradición cristiana, desde los primeros momentos, ha marcado para bien tanto la espiritualidad y la teología como la historia de la humanidad: Dios ha entregado los bienes de este mundo no para acumularlos, sino para que nadie pase necesidad. Por eso, en caso de penuria, todas las cosas son comunes.
A mi juicio, y como ejemplo, una buena parte de estos cristianos 'tradicionales' confunden lo que es pararse o estar un buen rato en un área de servicio para repostar (que vendría a ser el culto y la liturgia) con la autopista de la vida, el lugar en el que 'se practica' el programa del monte de las Bienaventuranzas y en el que uno se encuentra, cara a cara, con el Crucificado, asociado a los crucificados de nuestros días. Y, por supuesto, el espacio en el que también es posible disfrutar de infinidad de chispazos, murmullos o anticipaciones de la vida en plenitud de la que nuestra existencia es, en el mejor de los casos, un destello. He aquí otra importante clave explicativa de la división que percibo leyendo los informes oficiales de estas diócesis y los de otros colectivos que también los han dado a conocer recientemente o lo vienen haciendo desde hace tiempo, por ejemplo, Gipuzkoako Kristauak; la Asamblea Ibilian en la diócesis de Vitoria-Gasteiz; el Foro de curas y Berpiztu, Kristau Taldea en la diócesis de Bizkaia y diferentes grupos en la de Pamplona.
Además, me llama la atención el mayor apoyo que los obispos nombrados decenios vienen dando al colectivo de 'practicantes' en clave más tradicional y caritativa que a los que viven como fuente de vida cristiana la identificación del Crucificado con los 'crucificados' de nuestros días, y que participan en la eucaristía porque la entienden y viven como alimento y fuente de alegría que impulsa y mantiene en dichos reconocimiento y presencia. Esta apuesta no solo alienta la división entre los 'practicantes' postconciliares y tradicionales sino que también explica el perfil bajo, muy bajo, que muestran los informes oficiales de estas diócesis, así como la poca o nula ambición de la mayor parte de las propuestas presentadas e, incluso, el arrinconamiento –y hasta desaparición– de algunas que pedían mover ficha en todo lo referente al sacerdocio de la mujer y a su mayor protagonismo en la Iglesia.
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