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Una primera lectura del error forzado de Pedro Sánchez para alcanzar la investidura nos indica que en momentos cruciales las opciones políticas de Pablo Iglesias constituyen una bendición para el Partido Popular. Ningún grupo político ajeno le ha favorecido tanto y le ha sacado de ... tan severas dificultades: sería merecedor de un premio otorgado por alguna de las fundaciones del partido conservador. Al igual que hace tres años, el sectarismo de Podemos ha tenido como consecuencia un regreso a la escena del PP, y la apertura de posibilidades para ocupar más tarde el gobierno, cuando podía verse alejado de él por mucho tiempo. Y bien merecidamente, puesto que sin la espectacular pérdida de rumbo del excentrista Albert Rivera, su discurso en las dos jornadas ha carecido tanto del menor atisbo de crítica concreta a lo propuesto por Pedro Sánchez como de alternativas que justificaran su pretensión de liderazgo. Algo que necesita nuestra derecha desesperadamente, pues en las circunstancias actuales no basta con sentarse a la propia puerta en espera de que Pablo Iglesias le traiga a uno el cadáver del adversario.
Tanto en 2016 como ahora, Podemos ha echado por tierra la constitución inminente de un gobierno socialista presidido por Pedro Sánchez. Si pensamos en la hábil jugada de ataque por la espalda en mayo a la candidatura de Manuela Carmena para el ayuntamiento de Madrid, cosa que generalmente se desconoce o se olvida, cabe ya suponer que no se trata de simples incidentes, sino del resultado inevitable de una estrategia destructiva, que bajo la máscara de un izquierdismo situado por encima de toda sospecha, acaba dando en tierra con la izquierda realmente existente y abriendo el camino a la derecha. Y de paso al descrédito del propio sistema democrático.
Hay antecedentes históricos y procedentes de organizaciones políticas de análogo signo. Ahí está el siempre olvidado episodio de 1981, cuando tras duros enfrentamientos en la campaña electoral con el comunista Georges Marchais, «el hombre de Cromagnon de la izquierda» -esto se lo escuché personalmente- François Mitterrand obtuvo la victoria en las presidenciales y en las legislativas francesas, e integró en su segundo gobierno Mauroy a dos ministros del PCF. Ni a Mitterrand ni al socio minoritario se les ocurrió pensar en Marchais como miembro del gabinete. Dadas las distancias de todos conocidas en grandes temas de gobierno, cabía esperar aquí algo similar, pero esto ni siquiera pasaba por la mente del líder de Podemos, aun cuando lo disimulara en las primeras conversaciones con Sánchez: necesitaba ganar tiempo.
Conviene tomarse en serio las autodefiniciones de Pablo Iglesias en sus sucesivos escritos y declaraciones públicas, fuera del disfraz o los disfraces que adopta. Desde la adhesión estricta en el pasado a la concepción chavista para definir la relación entre el líder carismático y el pueblo, hasta su rechazo a la democracia como procedimiento para resolver los problemas políticos. Esta es sustituida por «disputar la democracia », como titula un libro suyo, esto es, la utilización de la democracia como marco donde todo vale, violencia incluida, para afirmar el propio poder. Nuestro hombre ha visto demasiados episodios de 'Juego de tronos', lo cual le lleva incluso a un desvirtuar el pensamiento de su amado Maquiavelo. En el fondo, se trata solo de repintar una posición ideológica, ya de consecuencias trágicas en el pasado: la concepción de la Tercera Internacional, que incluso cuando desde 1934-35 rectifica el «clase contra clase», siguió pensando en los socialdemócratas como «socialtraidores» -gente a vigilar, insistía Podemos una y otra vez- que solo dirigidos por los auténticos revolucionarios llevarán a cabo una política de izquierdas. Esta era la gran justificación para copar una parte del gobierno «desarrollando sus políticas», es decir, convirtiendo el gobierno de coalición en un gobierno dual donde pudiera distinguirse el valor de la verdadera izquierda: ellos. Sobre el telón de fondo de una proporcionalidad entre votos y carteras que aun no se le ha pasado por la cabeza a régimen alguno de democracia representativa.
Iglesias diseñó y puso en práctica un movimiento en pinza, lo que pudiera denominarse una paradoja pragmática, donde gracias a la prolongación de las negociaciones ante la opinión pública, afirmaba un día tras otro que por la unión hacía concesiones, mientras mantenía el muro de exigir una decisiva participación, cargando sobre el PSOE la misma conducta que Podemos practicaba. A fuerza de repetirla, la mentira se convirtió en verdad para casi todos: ¿quien se acuerda de los sucesivos pasos atrás desde el «gobierno monocolor», luego «de cooperación» a la importante oferta final de coalición ? Resultado: 68% de los ciudadanos cree que el responsable del fracaso fue la intransigencia del PSOE, mientras solo el 17% acusa a Podemos.
Así si Sánchez cedía a la proliferación exigida de ministerios y competencias, victoria; si acababa rechazándola, era el culpable, e Iglesias ganaba 'la batalla del relato'. Como en el ataque a Carmena, el manejo del tiempo por Iglesias fue esencial para el desgaste del PSOE y al final Sánchez oscilará entre posiciones cada vez más inseguras, del veto a Iglesias, capitalizado por éste, a las cesiones del miércoles. Le salvó que Iglesias solo admitía la victoria por k.o.
¿Qué quiere entonces Iglesias y como integrar a Podemos en el proceso democrático? Es bien difícil, ya que la cohesión de su política descansa sobre la prioridad absoluta de un objetivo, que el Jefe llegue al poder. Lo que se planteó en 2016 regresa ahora con ese grito final de amenaza: sin Podemos nunca será usted jefe de gobierno, cuyo verdadero significado es que con Pablo Iglesias la izquierda democrática nunca llegará a constituir un gobierno estable.
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