El sociólogo francés Maurice Halbwachs dedicó buena parte de su investigación a demostrar que, paradójicamente, sí puede recordarse lo que no se ha vivido. Lo llamó «memoria colectiva»: son fragmentos del pasado que integran el acervo de un grupo y que, seleccionados y simplificados, se ... transmiten de generación en generación. La gente puede llegar a sentirse íntimamente conectada a ellos. A fin de cuentas, aunque no estuviéramos allí, forman parte de nuestra experiencia desde el momento en que los recreamos junto a otros seres queridos. Es como cuando fijamos nuestro recuerdo de un acontecimiento a+ partir de una foto vista con la familia y comentada mil veces a posteriori, más que por la evocación directa de algo que cada vez resulta más lejano y brumoso.
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Como toda forma de memoria, la colectiva también es frágil y subjetiva. Por tanto, va mutando con el tiempo y está tan preñada de presencias como de ausencias, de menciones y de omisiones. La persona no recibe de forma pasiva esos mensajes: destaca aquellos que le resultan especialmente emotivos y así se agregan o se suprimen capas. En este sentido, Halbwachs indica que «cada memoria individual es un punto de vista sobre la memoria colectiva».
La memoria colectiva es invisible. Esta característica le ha granjeado desconfianzas. No se puede medir, al contrario que los kilómetros que separan Sukarrieta, donde está enterrado Sabino Arana, de su casa natal en Abando, donde se levanta la sede principal del PNV. Sin embargo, y aunque hoy esta referencia esté más difuminada que antaño, durante décadas ningún nacionalista vasco habría negado que Arana (el «maestro», el «padre de la patria») era parte de su patrimonio sentimental. Fue así en gran medida gracias a que padres, abuelos, hermanos o amigos, es decir, su «comunidad afectiva», le habían hablado de él. En nuestra época «líquida», hasta la figura de Arana se ha hecho maleable. Más allá de que una fundación o una de las principales calles de Bilbao lleven su nombre, pocos están al corriente de qué decía exactamente el personaje.
Los adolescentes de 15 años que están cursando 4º de ESO eran bebés en 2010, cuando ETA cometió su último asesinato. Cantidad de jóvenes ya no saben qué fue ETA, ni mucho menos los GAL. Alguna vez hemos dicho que «no lo recuerdan». En sentido estricto es un error: no pueden acordarse de lo que no han vivido. Pero cabe dar una vuelta con Halbwachs a ese aparente lapsus. Aquí y ahora se juntan unas generaciones que sufrieron el terrorismo, y que, por tanto, guardan memoria directa de atentados, secuestros o amenazas diarias, con otras que, para su fortuna, ya no. Podría esperarse que entre ambas haya un trasvase de conocimiento, una narración de experiencias o una recreación de diferentes pasajes que en parte llegara a sedimentar como memoria colectiva. Pese a la relevancia que tuvo el tema, parece no estar sucediendo. En este sentido podemos hablar de olvido colectivo.
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Esas omisiones son deliberadas y se deben a varios factores. Primero, fue una violencia nacionalista en una sociedad que comparte de una u otra manera esa ideología (incomodidad ante el terrorismo 'de los nuestros' y necesidad de buscar contrapesos). Segundo, casi no hay ángulos positivos en una historia traumática como esta (preferencia de mirar hacia adelante y no fustigarnos con algo malo felizmente acabado). Tercero, la memoria de las víctimas está vapuleada por los pactos de unos y las instrumentalizaciones de otros (para qué mezclarse con un tema tóxico, fuente de interminables polémicas). Cuarto, nuestras sociedades cambian muy rápido (pérdida de asideros morales y de referencias incluso cercanas). La consecuencia es que se corta la cadena que nos une a la Ermua de 1997 o a la Vitoria de 2000, y hay sensación de distanciamiento entre personas para las que aquellos hechos forman parte de su biografía.
A fecha de hoy esos condicionantes que obstaculizan el recuerdo tienen más visos de prosperar que de desaparecer. Así que a los jóvenes les falta información, pero también están insertos en una trama de olvidos. Solo toman conciencia de la importancia del terrorismo esporádicamente, por ejemplo, cuando ven una serie que lo trae a su presente. Los libros rigurosos de historia ya existen, los proyectos educativos también, pero la memoria colectiva empieza en lo más inmediato, en lo cotidiano, y eso falla.
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¿Cómo evitarlo? Mírense los cuatro puntos citados. Unos son imponderables. En otros, hay que hacer lo contrario de lo que se viene haciendo. La tarea urge, y más si vem os que persiste la legitimación del terrorismo entre amplios sectores.
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