En el reino del azar
Giputxirene ·
Damos por plausible que hoy podamos convertirnos en ricos, pero descartamos como fatalidad que nos vaya a caer un tiesto en la cabezaSecciones
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Giputxirene ·
Damos por plausible que hoy podamos convertirnos en ricos, pero descartamos como fatalidad que nos vaya a caer un tiesto en la cabezaDos caballeros isabelinos juegan al 'cara o cruz'. Tira uno la moneda al aire y sale cara. Vuelve a lanzarla y sale otra vez cara. ... Repite la operación, y cara. Sucesivamente, la suerte arroja el mismo resultado más de noventa veces. Los jugadores se asustan. ¿Se ha parado el tiempo en una experiencia-bucle? ¿Será una señal de la Providencia? ¿O prueba estupefaciente de que cada moneda echada, en tanto que suceso independiente, tiene las mismas posibilidades de caer en cara como en cruz?
Lo que les sucede a esos dos personajes secundarios del 'Hamlet' shakespeariano, recuperados por Tom Stoppard en su esqueje 'Rosencrantz y Guildenstern han muerto', entra dentro de lo posible, sí, pero es improbable. Esto lo sabemos desde el conocimiento que aporta el cálculo de probabilidades, una de las ciencias del azar surgida hace poco más de tres siglos. El cálculo de probabilidades se funda en la relación entre los casos posibles y los casos favorables. En términos de lotería, el ámbito de lo posible está representado por las 100.000 bolitas numeradas con los décimos en juego, de las que entrarán en el listado de casos favorables aquellas que salgan del bombo cantarín al par que las 1.800 bolitas con los premios. Así, conforme a la teoría matemática, hay una probabilidad entre 100.000 de que nos caiga 'el Gordo', mientras que la esperanza de ganar algún pico es menos remota pero porcentualmente mínima.
Los que no juegan presumen de que ganan, a diferencia de los habituales que, a la corta o a la larga, terminan perdiendo. Dicho esto, tampoco podemos cerrar los ojos a la dimensión lúdica e ilusionante que posee el azar; incluso trascendente: el bueno de Pascal, uno de los padres del cálculo de probabilidades, veía a Dios como una apuesta sensata. Puesto que nos consideramos como agraciados potenciales, damos por plausible que hoy podamos convertirnos en ricos, pero descartamos como impensable fatalidad que nos vaya a caer un tiesto en la cabeza, aunque ambas situaciones sean hipotéticamente similares. Es una actitud antojadiza y poco realista, pero humana, demasiado humana.
Aquellos caballeros shakespearianos, bufones en el reino del azar, comprueban que el pasado no influye en cada nueva echada. Desde ese punto de vista, el que no me haya comido un colín en la Lotería de Navidad los últimos veinte años ni reduce ni aumenta mis probabilidades de ganar esta vez. Claro que esto tiene sus excepciones: en Mónaco se dice que los Grimaldi son los únicos que ganan a la ruleta todos los días. A la 'famiglia' bicoca, como a la Hacienda, la suerte les cae siempre de cara.
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