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Vivimos en la época de la inmediatez. Vivimos rápido, de prisa, como si la vida nos fuera en ello. No tenemos tiempo para leer, y por eso preferimos las imágenes. Andar parece una pérdida de tiempo e idolatramos el running. Y comemos todavía más rápido, ... bajo los dictados fast food. La vida, como bien nos contaban los sociólogos y sociólogas de la postmodernidad (como Sassen y el recién ministerizado Castells, entre otros) es un hoy en día un torbellino de rapidez e incertidumbre en los nodos de interconexión del mundo.
Igualmente, vivimos en una época en que nos gusta más hablar que escuchar. Lanzamos nuestras ideas en 280 caracteres y estamos contentos si a la gente le gusta aquello que decimos, aunque nos mostramos poco predispuestos a leer otras perspectivas y, no digamos, a dialogar en torno a ellas. La comunicación se ha tornado cada vez más en un instrumento unidireccional que sólo queremos para que nos reafirme aquello que ya pensábamos previamente -en psicología lo llaman 'sesgo de confirmación'-, lejos de abrirnos a nuevos retos o estímulos intelectuales. Y esto se ha hecho todavía más evidente en la acción política en lo poco que llevamos caminado de 2020. La dantesca sesión de investidura del presidente Sánchez (con noche de Reyes de por medio) puso en evidencia que las formas también son importantes a la hora de intentar descifrar el mensaje de fondo. Intervenciones broncas, faltas de respeto e interrupciones constantes no son el mejor espejo al que mirarse, más si cabe en un escenario de descrédito de la clase política, que la repetición electoral no ha ayudado a mejorar.
Y en este tema, es cierto, el escenario local es más esperanzador de lo que vimos durante esos primeros días de enero. En Euskadi existe actualmente un mayor respeto y predisposición hacia el entendimiento. El clima de los últimos años ha ayudado a tender puentes tanto entre las personas que ostentan la representación pública como entre aquellas que, sin hacerlo, también expresan cada vez más sus opiniones en público. Pero no debemos olvidar que nos asomamos a un escenario electoral (estamos ya sumergidos en él) que hará que en los próximos meses la competición entre partidos aumente unos cuantos decibelios el volumen de la discusión.
En este contexto, quienes esto firmamos queremos hacer una reivindicación de la política slow, en la mejor de sus acepciones. Es necesario tomar conciencia del contexto y asumir que la mejor de las pedagogías hacia el bien común supone la toma en consideración de algunas actitudes para, como decía Arrupe, ser hombres y mujeres para los demás. Pues bien, en nuestra opinión estas actitudes pasan en primer lugar, por aprender a escuchar. Dejar espacio para lo que expresen las demás personas pueda también tener un lugar en nuestra perspectiva, por buscar en esas expresiones siempre algún punto de acuerdo. Pasa también por leer no sólo aquellas cosas con las que estamos de acuerdo, por fomentar nuestro espíritu crítico, por ampliar nuestro horizonte de pensamiento y por buscar nuevos espacios de debate. Pasa, como intentamos hacer en estas líneas, por buscar puntos de encuentro, frente a enfatizar los desencuentros. En otra palabras, a los consensos se llega a través de los disensos.
La política vasca tiene muchos ejemplos en los que este tipo de actitudes se han puesto en primera línea. Pero también otros tantos en los que no se ha hecho. Por ello queremos poner encima de la mesa dos medidas que pueden ayudar a seguir cocinando una política slow. En primer lugar, sería fantástico que los debates entre las personas candidatas a Lehendakari se llevaran a cabo en sede universitaria. Elegir este emplazamiento lanzaría un poderoso mensaje a las personas más jóvenes, y pondría de relieve la importancia de los espacios de formación en la sociedad vasca. Por otra parte, queremos animar a las personas que lideran los distintos partidos de Euskadi a que sigan en Twitter y sus redes sociales a personas que no piensan como ellos. Nos hemos fijado que, muchas veces, sus redes sociales son «cámaras de resonancia» y siguen mayoritariamente a personas de su mismo partido o ideología. Creando una cacofonía poco saludable que les impide chequear el estado de ánimo social desde una perspectiva amplia.
Creemos que es el momento de reivindicar la política slow. Y no sólo por el horizonte electoral. También porque los retos a los que se asoma esta sociedad merecen una mirada a largo plazo, las luces largas que sólo unas actitudes de política slow pueden proporcionar. Tenemos buenos mimbres para ello. Las ganas de crispar de ciertos ambientes de extrema derecha calan menos en nuestras tierras. Pero influyen. Y es necesario que vayamos trabajando para que eso no suceda.
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