El Gobierno Vasco ha editado un documento referido a la última Evaluación de Diagnóstico practicada a todo el alumnado de 4º curso de Educación Primaria ... y 2º curso de ESO. Lo hizo también hace diez años. El presentado en aquella ocasión reunía 240 páginas de información. El recién publicado apenas ocupa 26 páginas. O ni eso, porque aparece mezclado con datos correspondientes a otra prueba distinta, practicada a un grupo de alumnos de otro nivel.

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Aquel informe de 2015 alertaba de un empeoramiento de resultados y un cambio de tendencia que todos los estudios posteriores han confirmado. Coincidía con los resultados del examen practicado por PISA ese mismo año, explicados por el Ejecutivo en otro informe de 158 páginas. De la última participación en esta evaluación internacional no ha dado ninguna información, pese a que la había proporcionado en todas las ediciones desde 2003, cuando comenzó a participar con una muestra ampliada para conocer en mejor medida los rendimientos del alumnado vasco. De 158 a cero en esta ocasión.

Ahora, el lehendakari Imanol Pradales ha anunciado un simposio sobre esta evaluación internacional con la presencia de un delegado de la OCDE. Será el único que repita en el escenario, porque sí, ya tuvimos en 2015 un evento similar, y en 2018 también. A la organización de la prueba le interesan estos actos para animar una participación que cada vez reúne a más participantes que desean saber en dónde se ubican en cuanto al logro de sus estudiantes. Euskadi también quiere, aunque luego ese conocimiento se lo quede el Gobierno, necesitado de cajones cada vez más grandes para almacenar tanto dato clasificado como secreto. Claro que hay una parte que no logra sustraer, y así conocemos aspectos como que nuestros centros educativos ocupan los últimos lugares en competencia lectora y científica, comparados con sus iguales de otras comunidades. Los cuartos por la cola en ciencias y los penúltimos en lectura, en el caso de los centros públicos, y los últimos en ambas competencias en el caso de los centros privados cuando los comparamos con sus homólogos. Pese a la financiación recibida, la más alta de todas las comunidades autónomas sin duda. Por eso es imposible no pensar en un problema estructural de la educación vasca.

El lehendakari ha deslizado que el crecimiento del alumnado de origen extranjero está en el origen de nuestros problemas. Obviamente, a mayor diversidad de la población, mayor complejidad educativa, pero con dos matices. El primero es que nuestra crisis de rendimientos es independiente del incremento de alumnado inmigrante. En ese año 2015 en el que recibimos los primeros avisos, el índice de alumnado extranjero no había variado respecto a las evaluaciones precedentes, y sin embargo ambas pruebas señalaron importantes caídas, comienzo de un declive que luego se ha agudizado.

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El segundo matiz tiene que ver con cómo afrontamos esa creciente diversidad. Lo expresan los datos que PISA abre para el análisis. Nuestro alumnado inmigrante de primera generación, aquel que ha nacido en el extranjero, ocupa el penúltimo lugar comparado con el que estudia en otras comunidades. Pero es que también ocupamos el mismo lugar en la tabla cuando observamos los rendimientos de los estudiantes de origen extranjero nacidos aquí. Y eso indica claramente que no es su origen el problema, sino cómo los trata nuestro sistema.

Apunta el lehendakari a las pantallas interconectadas como otro elemento que explica nuestros males. Y es cierto que utilizamos estas tecnologías sin darnos cuenta de que son excelentes para obtener información y, sin embargo, inútiles e incluso perturbadoras por ahora, al menos, para la reflexión y el estudio. Pero no nos distinguimos del resto de comunidades autónomas en esta cuestión. ¿Por qué, entonces, nuestro mayor descenso? Y ya que estamos, ¿cuál es la propuesta gubernamental? Porque ha pedido a los centros que definan normas de utilización de estas tecnologías, pero sin ofrecer pauta ni modelo.

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Recuerda acertadamente el lehendakari otros factores importantes como la grave segregación escolar, la alta inestabilidad docente o su precaria formación, pero olvida que estos problemas han crecido enormemente precisamente por no afrontarlos. Y al mismo tiempo, preso del tabú, elude un factor trascendente en nuestros resultados: la política lingüística que aplica al sistema. ¿Es esta la razón del escamoteo de datos educativos más importante que ha habido en nuestro país en toda su historia? ¿Ocultar la responsabilidad gubernamental en el profundo y continuado descenso de los rendimientos escolares de nuestros estudiantes?

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