Disponer de cuatro ojos era el sueño de todo ilustrador naturalista: dos ojos de artista para aprehender y reproducir con primoroso detalle la flora y la fauna, y dos ojos de científico para captar «la esencia de la naturaleza». Sus láminas y grabados aspiraban a ... visualizar la verdad ideal de las cosas agazapada bajo el manto de las formas externas, a mostrarlas con más realismo que la propia realidad.

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En el fondo de esta práctica latía la cuestión de cómo accedemos al mundo que nos rodea, ¿a través de los órganos sensoriales o con el discernimiento?, ¿o tal vez con unos y otro? Tanto en cuestiones de fe como de conocimiento abundan los antagonismos. Por un lado, el «ver para creer» de santo Tomás, o la doctrina empirista que no concibe más saber que el derivado de la experiencia sensible. Por otro, el desprecio a los sentidos acusados de grandes engañadores desde los platónicos hasta los actuales climato-escépticos.

Hoy, y cada vez más, contamos con instrumentos tecnológicos que están reemplazando muchas de las disposiciones naturales que nos han servido primero para percibir y luego para interpretar el mundo. Los órganos oculares dejan de ser imprescindibles con el desarrollo de retinas artificiales que abren la era de la visión biónica. Visión que, en todo caso, exige un aprendizaje cerebral previo, pues al carecer el neovidente de recuerdos visuales que sustenten su lectura de la realidad lo que ve inicialmente es abstracto. Esto revela la manera como nos relacionamos con el entorno físico a partir de la información aportada por los sentidos, que habilitan la construcción de un mundo personal a través de un incesante trabajo cognitivo.

Es conocido que los inuit desde que usan GPS están perdiendo la destreza para orientarse en el hielo mediante signos transmitidos por generaciones en base a la experiencia (vientos, irisaciones en el hielo, movimientos celestes, comportamiento de los animales...). Sin duda que la disminución de la capacidad de mirar alrededor, de detectar señales olfativas o auditivas, de sondear el ambiente, repercute en la actividad cognitiva.

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Puede que un día el cerebro humano funcione con implantes de microprocesadores que ahorrarán el esfuerzo de definir y cuestionar cuanto le rodea. Descifrar lo que tenemos delante de los ojos dejará de requerir una lucha constante −como constató Orwell−, una vez que la máquina colonice nuestro mundo interior.

En fin, que santa Lucía nos conserve la vista... y santa María de la Cabeza, la ídem.

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